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El cazador oculto II (The Catcher in the Rye II)

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发表于 2021-2-28 21:11:26 | 显示全部楼层 |阅读模式
II
Cada uno tenía su propio cuarto. Ambos frisaban en los setenta años. Sin embargo, todavía sentían entu- siasmo por ciertas cosas... aunque sólo a medias, desde luego. Sé que está feo que lo diga; pero lo hago sin ninguna intención. Sólo que solía pensar en el viejo Spencer con mucha frecuencia, y si uno pensaba mucho en él, nopodía dejar de preguntarse para qué demonios vivía todavía. Quiero decir que estaba todo encorv a- do, que tenía una figura terrible, y en clase, cada vez que se le caía una tiza, algún alumno de los que esta- ban en primera fila tenía que levantarse y alcanzársela. En miopinión, eso es algo horrible. Pero si uno pe n- saba en él lo suficiente y no demasiado, sacaba la conclusión de que al fin y al cabo no lo pasaba del todo  mal. Por ejemplo, un domingo, cuando otros compañeros y yo estábamos en su casa tomando chocolate ca- liente, nos mostró una vieja manta deteriorada tejida por los indios navajos, que habíacomprado a algún indio en Yellowstone Park. Era fácil advertir que el viejo Spencer tuvouna gran alegría cuando la compró. Eso es  lo que quiero decir. Uno toma a alguien más viejo que el mundo, como Spencer, y tie ne que reconocer que viejo y todo puede sentir unagran alegría al comprar una manta tejida por los indios.
La puerta de su habitación estaba abierta; pero de to dos modosgolpeé, por cortesía. Podía ver dónde es- taba sentado. Estaba sentado en un gran sillón de cuero, envuelto en la manta de que les acabo de hablar. Cuando llamé a la puerta gritó:
—¿Quién es? ¿Caulfield? Adelante, muchacho. —Fuera de clase, siempre andaba gritando. A veces le atacaba a uno los nervios.
En cuanto entré, lamenté, en cierto modo, haber ido a visitarlo.Estaba leyendo el "Mensual Atlántico", había píldoras y medicinas por todas partes y todo olía a gotas nasales Vicks. Era bastante deprimente. Además, los enfermos no me atraen mucho que digamos. Pero lo más deprimente de todo es que el viejo Spencer tenía puesta aquella salida de baño vieja y raída, con la que seguramente lo habían envuelto al nacer o algo por el estilo. En realidad, no me gusta nada ver viejos en sali das de baño o pijamas. Muestran siempre el pecho arqueado. ¡Y las piernas! ¡Laspiernas delos viejos, en playas y sitios semejantes, siempre tan blancas y lampiñas!
—¿Cómo está, señor? —le dije—. Recibí su nota. Muchísimas gracias.—Me había escrito una nota pidién- dome que pasara por su casa a despedirme antes de que empezaran las vacaciones de Navidad, con motivo de mi expulsión del colegio—. No debió tomarse el trabajo deescribirme, señor Spencer. Detodos modos, pensaba venir a saludarlo antes de marcharme.
—Siéntese allí, muchacho — dijo el viejo Spencer. Quería decir, sobre la cama. Me senté en ella.
—¿Cómo estádela gripe, señor?
—Muchacho, si me sintiera mejor tendría que llamar al médico —dijo el viejo Spencer. Aquellasalida le encantó. Empezó a reírse como un loco. Al fin consiguió dominarse y dijo—: ¿Cómo noestá presenciando el partido? Creía que hoy era el día del gran encuentro.

—Ylo es. Pero yo acabo de regresarde Nueva York con el equipo de esgrima —le dije. Su cama era más dura que una piedra.
De pronto empezó a ponerse más serio que el demonio. Eso yo ya lo tenía previsto.
—¿De modo que nos deja, verdad? —me preguntó.
—Sí, señor. Creo que sí.
Empezó a mover la cabeza como de costumbre. En mi vida no había visto a nadie mover tanto la cabeza como el viejo Spencer. Uno nunca podía saber si lo hacía porque estaba pensando profundamente, o porque era sólo un viejo bonachón que no sabía distinguir la mano del trasero.
—¿Qué le dijo el señor Thurmer, muchacho? — me preguntó—. Tengo entendido que hablaron un buen rato.
—Sí, en efecto; está usted bien informado. Estuve enla oficina del rector más o menos dos horas.
—¿Y qué le dijo?
—Oh... bueno, me habló de que la vida venía a ser algo así como un gran partido, y de que era ne- cesario jugarlo de acuerdo con los reglamentos. Fue bastante tolerante. Es. decir, no se enfureció ni nada de eso. Se limitó a hablarme acerca de la vida como de un gran partido y cosas por el estilo. Usted sabe.
—Sí, la vida es un partido, muchacho. La vida es un partido que uno juega de acuerdo con los regl a- mentos.
—Sí, señor. Sé que lo es. De verdad lo sé.
Sí, lindo partido. Si uno está en el equipo integrado por los mejores, entonces puede hablarse de un partido, de acuerdo. Pero si a uno le toca jugar en el otro bando, donde están todos los chambones, ¿de qué partido me hablan? Nada; que no hay tal partido.
El viejo Spencer me preguntó:
—¿El señor Thurmer le escribió ya a sus padres?
—Me dijo que pensaba escribirles el lunes.
—Y usted, ¿se comunicó ya con ellos?
_No señor. No me comuniquéconellos, porque probablemente los veré el miércoles por la noche, cuando lleguea casa.
—¿Y cómo cree que tomarán la noticia?
—Bueno... me parece que se irritarán bastante.Estoy seguro de ello. Este es el cuarto colegio en que he estado. — Sacudí la cabeza. Suelo sacudir la cabeza con demasiada frecuencia.
—¡Compañero! —dije. También digo ¡compañero! muchas veces. En parte, porque tengo un vocabulario muypobre, y en parte,porque suelo actuarcomo sifuese mucho más joven de lo que soy. Entonces tenía dieciséis años y ahora tengo diecisiete, y a veces me porto como si no tuviera más que trece. Es verdadera- mente irónico, porque mido un metro ochenta y tengo el cabello gris. Un lado de la cabeza, el derecho, está lleno de millones de pelos grises. Los tengo desde chico. Y, sin embargo, muchas veces meporto como si  sólo tuviese doce años. Todo el mundo lo dice, especialmente mi padre. En par te tiene razón, pero no en todo. La gente siempre cree que todo debe ser totalmente verdadero. Eso no me importaría un cuerno si la gente no me aburriese diciéndome, continuamente, que debo comportarme de acuerdo con mi edad. A veces obro como si fuese mucho mayor, pero la gente parece no notarlo. No tendría que extrañarme, pues la gen- te nunca nota nada.
El viejo Spencer empezó de nuevo a mover la cabe za. También comenzó a hurgarse la nariz. Hacía comosi solamentesela pellizcara, pero, en realidad, estaba metiendo adentro el cochino pulgar. Tal vez pensaba que no tenía nada de particular que lo hiciera, porque en la habitación sólo estábamos nosotros dos. En realidad no me importaba, aunque es bastante desagradable que alguien se meta el dedo en la nariz de-


lante de uno.
Luego dijo:
—Tuve el gusto de saludar a sus padres cuando vinieron a conversarcon eldoctor Thurmer la semana pa- sada. Son grandes personas.
—Sí, en verdad. Son muy buenos.
"Grandes". Si hay una palabra que aborrezco es grande. Suena a falso. Cada vez que la escucho me vienen ganas devomitar.
Entonces, repentinamente, el viejo Spencer pareció como si tuviese algo muy bueno, algo agudo como una tachuela, que decirme. Se movió en su sillón y se enderezó. Sin embargo, no fue más que una falsa alarma. No hizo más que levantar de las rodillas el "Mensual Atlántico" y trató de arrojarlo sobre la cama,  a mi lado. Sin embargo erró el tiro. Estaba sentado a solo cinco centímetros de la cama, pero lo mismo erró. Entonces me levanté, recogí eldiario y lo puse sobre la cama. De re pentemeentraron unasganastremendas de salirdeuna bendita vez de aquel cuarto. Sentía que se avecinaba una terrible conferencia. La idea no me molestaba tanto como no me agradaba soportaruna conferencia envuelto en olor a gotas nasales Vicks y, al mismo tiempo, verme obligado a mirar al viejo Spencer con su pijama y su salida de baño. Confieso que  no me seducía en lo más mínimo.
Pero la cosa empezó. El viejo Spencer me preguntó:
—¿Qué le pasa, muchacho? — Por venir de él, lo dijo con excesiva rudeza —. ¿Cuántas materias estu- diaba para este curso?
—Cinco, señor.
—Cinco. ¿Y en cuántas ha sido aplazado?
—En cuatro.
Moví el trasero un poco en la cama. Era la cama más dura en que haya estado sentado jamás.
—Pasé inglés sin novedad, porque ya había leído algunos textos cuando estuve en el Colegio Whoo- ton. Por eso no tuve necesidad de estudiar mucho, limitándome a escribiralgunas composiciones de vez en cuando.
Ni siquiera me escuchaba. Casi nunca escuchaba cuando alguien le decía algo.
—Lo aplacé en historia, porque no sabía una sola palabra.
—Lo sé, señor. De sobra lo sé. Usted no pudo evitarlo.
—No sabía una sola palabra — repitió.
Eso es algo que me enloquece. Que la gente diga algo dos veces de ese modo, después de uno haber- lo admitido la primera. Luego lo dijo por tercera vez.
—Pero absolutamente nada. Dudo mucho, muchísimo, que haya ustedabierto el libro una sola vez duran- te todo elcurso. ¿No esasí?Dígame la verdad, muchacho.
-Bueno, en realidad le eché un vistazo un par de veces -le contesté. No quería herir sus sentimientos. Era un tipo que tenía pasión por la historia.
-Conque un vistazo, ¿eh? -dijo sarcástico-. Su boleta de examen está sobre la cómoda. Encima de la pila. ¿Quiere hacer el favor de alcanzármela?
Me estaba jugando una mala pasada, pero hice lo que me mandó; no me quedaba otra alternativa. Luego volví a sentarme en su cama decemento. Ahora lamentaba de veras haber ido a decirle adiós.
Tomó mi boleta de examen como si fuese algo sucio, y me dijo:
—Estudiamos los egipcios desde el 4 de noviembre hasta el 2 de diciembre. Usted eligió escribir sobre ellos para su prueba. ¿Quiere oír lo que tuvo que decir?
—No, señor. No tengo mayor interés.


Pero lo leyó de todos modos. Es imposible detener a un maestro cuando se le ocurre hacer algo. Lo hará contra viento y marea.
"Los egipcios pertenecían a una razacaucásica muy antigua y habitaban la parte norte de África. Este último, como sabemos, es el continente más grande del hemisferio oriental.
Yo no tenía más remedio que seguir allí sentadoy escuchar todas aquellas tonterías.
"Los egipcios nos resultan sumamente interesantes en la actualidad por varias razones. La ciencia moderna todavía ignora los secretos ingredientes que utilizaban para embalsamar a sus muertos. Y lograr así que sus ros- tros no se corrompiesen durante siglos. Este interesante enigma todavía desafía ala ciencia moderna en el siglo
XX”.
Dejó de leer y bajó el papel. Estaba empezando a odiarlo.
—Su ensayo, si podemos llamarlo así, termina ahí — dijo con su voz más sarcástica. Al verlo, na- die diría que el viejo Spencer pudiera ser tan sarcástico. Conti nuó—: Sin embargo, me puso una notita al pie de la página.
—Lo sé —le dije. Lo dije muy aprisa, porque quería detenerlo antes de que empezara a leer también la nota. Pero era imposible pararlo. Estaba más caliente queun buscapiés.
"Querido señor Spencer (leyó en voz alta): Eso es to do loquesé sobre los egipcios. Aunque sus confe- rencias sobre ellos me resultan muy ilustrativas e interesantes, yo no consigo interesarme por ellos. Le aseguro que no me importará que me aplace; lo mismo me está ocurriendo con todaslas demás materias, ex- cepto inglés. Lo saluda respetuosamente: HOLDEN CAULFIELD."
Entonces soltó mi cochina boleta y me mirócomo si acabara de derrotarme en un partido de ping-pong o algo por el estilo. Creo que no le perdonaré nunca el haberme leído en voz alta aquella porquería. Por lo menos, si él la hubiese escrito, yo no se la habría leído... de verdad. En primer lugar, aquella nota la e s- cribí con el solo objeto de que no sintiera ningún remordimientoal aplazarme.
—¿Se queja de que lo haya aplazado, muchacho?
—No, señor. De ningún modo —repuse. Hubiese dado cualquier cosa con tal que dejara de llamarme "muchacho"continuamente.
Cuando terminó de leer mi boleta de examen, trató de arrojarla sobre la cama. Pero, naturalmente, volvió a errar. Tuve que volver a levantarme a recogerla y luego la coloqué sobre el "Mensual Atlántico". Me aburría soberanamente tener que hacer lo mismo cada dos mi nutos.
—¿Qué hubiera hecho en mi lugar? —me preguntó—. Dígame la verdad, muchacho. Bueno, era evi- dente que el hombre sentía mucho ha berse visto obligado a aplazarme. De modo que traté de consolarlo lo mejor que pude. Le dije que yo era unverdadero tarado y demás. Le dije que de haber estado en su lugar habría hecho exactamente lo mismo, y agregué que la mayor parte de la gente no se da cuenta de lo duro que resulta a veces ser profesor. Cosas así. El viejo cuento de siempre.
Lo curioso es que mientras hablaba estaba pensando en otra cosa. Vivo en Nueva York y pensaba en la laguna de Central Park. Pensaba si estaría helada cuando volviese a casa, y si así era, adonde irían los patos. Me preguntaba adonde irían los patos cuando la laguna se helara y endureciera. Me preguntaba si vendría algún tipo con un camión, para llevarlos al zoológicoo aalgún lugar por el estilo o si se alejarían volando.
Sin embargo, tengo suerte. Quiero decir, puedo hablar con el señor Spencer y al mismo tiempo pensar en otra cosa. Es curioso. No hace falta pensar mucho para hablar con un maestro. Sin embargo, el viejo Spencer me interrumpió de repente. No hacía más que interrumpirlo a uno.
—¿Qué piensa de todo esto, muchacho? Tendría sumo interés en saberlo. Muchísimo interés.
—¿Se refiere a mi expulsión de Pencey y a todo eso? — le dije. Me hubiera gustado que se tapara de una vez el pecho arqueado. No era un panorama nada agradable.
—Si no me equivoco, Holden, creo que también tuvo dificultades en el Colegio Whooton y en Elkton Hills.
—En Elkton Hills no tuve mayores dificultades. No fui aplazado ni mucho menos. Más bien me retiré.

—¿Puedo preguntarle por qué?
—¿Por qué? Bueno, ésa es una historia bastante larga, señor.
No tenía ninguna gana d e revo lver aq uel asunto con él. Además, nome habría comprendido. Una de las razones más importantes que me obligaron a alejarme de Elkton Hills, •fue que estaba rodeado de farsantes pretenciosos. Eso fue todo. Allí la mayoría eran unos exhibicionistas. Por ejemplo, tenían ese re c- tor, el señor Haas, que era el farsante másdegenerado que he encontrado en mi vida. Cien veces peor que el viejo Thurmer.
Por ejemplo,losdomingos, Haas andabapor ahí estrechando la mano de todos los padres de los alumnos que iban de visita al colegio. Era más meloso que el demonio. Salvo si algún muchacho tenía padres de pinta un poco chocante. Tendrían que haber visto cómo trata ba a los padres de mi compañero de cuarto. Quiero de- cir, que si la madre de algún alumno era muy gorda y de aspecto ordinario, o si el padre de alguno era uno de esos tipos que usan trajes con hombreras muy anchas y llamativos zapatos blancos y negros, en- tonces el viejo Haas se limitaba a estrecharles la mano y hacerles unasonrisa falsa para luego irse a charlar, tal vez por espacio de media hora, con los padres de algún otro. No puedo tolerar esas cosas. Meenloquecen. Me deprimen y enfurecen. Detestaba a ese inmundo Elkton Hills.
Entonces el viejo Spencer me preguntó algo, pero no pude oírle. Estaba pensando en el degenerado de Haas.
—¿Qué decía, señor? —lepregunté.
—¿Tiene algún escrúpulo de conciencia al abandonar Pencey?
—Sí, tengo algunos remordimientos. Claro... pero no vaya a creer que muchos. Al menos por ahora. Pienso que todavía no me he dado cuenta del todo. Suelo tar dar bastante en darme cuenta de las cosas. Por ahora lo único que pienso esque debo volver a casa el miércoles. Soy un tarado.
—¿No tiene absolutamente ninguna preocupación por su futuro, muchacho?
—Tengo cierta preocupación por mi futuro, desde luego. Claro que la tengo. — Pensé en ello un minuto
—. Pero no estoy demasiado preocupado... No creo estar muy preocupado.
—Pero lo estará — me aseguró el viejo Spencer —.Ya lo estará, muchacho. Y entonces será demasiado tarde.
No me gustó que me dijera eso. Me hacía sentir co mo muerto o algo así. Resultaba muy depr i- mente.
—Creo que tiene usted razón —le dije.
—Desearía meterle un poco de sentido común en la cabeza, muchacho. Estoytratando de ayudarlo. Estoy tratando de ayudarlo, si es posible.
Y era verdad. Se veía a la legua. Pero lo malo era que los dos estábamos situados en lugares demasiado opuestos.
—Sé que desea ayudarme, señor. Muchas gracias. Aprecio mucho su buena intención. De verdad.
Entonces me levanté de la cama.No me hubiese quedadosentado allí diezminutos más aunque mefuera en ello la vida.
—La cosa es que ahora tengo que irme. Tengo una parte del equipo en el gimnasio y debo retirarla an- tes de regresar a casa. Se lo aseguro.
Entonces me miró y comenzó a mover otra vez la cabeza, con la cara muy seria. De repente me dio una lástima bárbara. Pero no podía quedarme allí más tiempo ya que estábamos situados en posiciones opuestas y que él continuamente le erraba a la cama cuando quería tirar algo encima. Además, no podía resistir más aquella triste salida de baño que le dejaba el pecho descubierto ni el olor a enfermedad de las gotas nasales Vicks que lo impregnaban todo.
—Mire, señor, no se preocupe por mí. No me pas ará nada. En estos momentos estoy atravesando un período de mi vida. ¿No tiene acaso la vida de todas las personas sus etapas?

—No lo sé, muchacho. No lo sé.
Me irrita que alguien me conteste de ese modo.
—Tengo la seguridad de que es así —le dije—. Le pido por favor que no se preocupe por mi caso. Le puse la mano sobre el hombro y agregué:
—¿De acuerdo?
—¿No quiere tomar una taza de chocolate antes de irse? Mi esposa estaría...
—Aceptaría con mucho gusto, pero la cosa es que tengo que irme. De todos modos, muchas gracias; muchísimas gracias.
Luego nos estrechamos la mano. Con todo,aquella despedida me ponía más triste que el demonio.
—Le enviaré unas líneas, señor. Ahora, cuídese bien esa gripe.
—Adiós, muchacho.
Después que cerré la puerta me gritó algo, pero no alcancé a oír exactamente qué. Estoy casi seguro que me gritó "¡Buena suerte!". Aunque espero que no. Yo nunca le gritaría "¡Buena suerte!" a nadie. Si uno lo piensa bien, resulta terrible.

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