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(Parte 1-Capítulo 5-El banquete de boda)第五章 婚宴

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发表于 2019-9-27 01:42:20 | 显示全部楼层 |阅读模式
Capítulo quinto
El banquete de boda
Amaneció un día magnífico: el tiempo estaba hermosísimo; el sol, puro y brillante, y sus primeros rayos, de un rojo purpúreo, doraban las espumas de las olas.
La comida había sido preparada en el primer piso de La Reserva, cuyo emparrado ya conocemos. Se componía aquél de un gran salón iluminado por cinco o seis ventanas; encima de cada una se veía escrito el nombre de una de las mejores ciudades de Francia. Todas estas ventanas caían a un balcón de madera: de madera era también todo el edificio.
Si bien la comida estaba anunciada para las doce, desde las once de la mañana llenaban el balcón multitud de curiosos impacientes. Eran éstos los marineros privilegiados de El Faraón y algunos soldados  amigos de Dantés. Todos se habían puesto de gala para honrar a los novios. Entre los convidados circulaba cierto murmullo ocasionado porque los consignatarios de El Faraón habían de honrar con su presencia la comida de boda del segundo. Era tan grande este honor, que nadie se atrevía a creerlo, hasta que Danglars, que llegaba con Caderousse, confirmó la noticia, porque aquella mañana había visto al señor Morrel, y le dijo que asistiría a la comida de La Reserva.
Efectivamente, un instante después Morrel entró en la sala y fue saludado por los marineros con un unánime viva y con aplausos. La presencia del naviero les confirmaba las voces que corrían de que Dantés iba a ser su capitán; y como todos aquellos valientes marineros le querían tanto, le daban gracias, porque pocas veces la elección de un jefe está en armonía con los deseos de los subordinados. No bien entró Morrel, cuando eligieron a Danglars y a Caderousse para que saliesen al encuentro de los novios, y les previniesen de la llegada del personaje que había producido tan viva sensación, para que se apresuraran a venir pronto. Danglars y Caderousse se marcharon en seguida pero a los cien pasos vieron que la comitiva se acercaba.
Esta se componía de cuatro jóvenes amigas de Mercedes, catalanas también, que acompañaban a la novia, a quien daba el brazo Edmundo. junto a la futura caminaba el padre de Dantés, y detrás de ellos venía Fernando con su siniestra sonrisa. Ni Mercedes ni Edmundo se dieron cuenta de esa sonrisa: los pobres muchachos eran tan felices que sólo pensaban en sí mismos, y no tenían ojos más que para aquel hermoso cielo que los bendecía.
Danglars y Caderousse cumplieron con su misión de embajadores, y dando después un fuerte apretón de manos a Edmundo, Danglars se fue a colocar al lado de Fernando, y Caderousse al del padre de Dantés, objeto de la atención general. El anciano vestía una casaca de tafetán, con grandes botones de acero tallados. Cubrían sus delgadas, aunque vigorosas piernas, unas medias de algodón que a la legua olían a contrabando inglés. De su sombrero apuntado pendían con pintoresca profusión cintas blancas y azules; se apoyaba en fin, en un nudoso bastón de madera, encorvado por el puño como el pedum antiguo. Parecía uno de esos figurones que adornaban en 1796 los jardines de Luxemburgo y de las Tullerías.
Junto a él habíase colocado, como ya hemos dicho, Caderousse, a quien la esperanza de una buena comida acabó de reconciliar con los Dantés; Caderousse conservaba un vago recuerdo de lo que había sucedido el día anterior, como cuando al despertar por la mañana nos representa la imaginación el sueño que hemos tenido por la noche.
Al acercarse Danglars a Fernando, dirigió una mirada penetrante al amante desdeñado. Este, que caminaba detrás de los novios, completamente olvidado de Mercedes, que con ese egoísmo sublime del amor sólo pensaba en Edmundo; Fernando, repetimos, pálido y sombrío, de vez en cuando dirigía una mirada a Marsella, y entonces un temblor convulsivo se apoderaba de sus miembros. Parecía como si esperase, o más bien previese algún acontecimiento.
Dantés vestía con elegante sencillez, como perteneciente a la marina mercante; su traje participaba del uniforme militar y del traje civil; y con él y con la alegría y gentileza de la novia, parecía más alegre y más bonita.
Mercedes estaba tan hermosa como una griega de Chipre o de Ceos, de ojos de ébano y labios de coral. Su andar gracioso y desenvuelto parecía de andaluza o de arlesiana. Una joven cortesana quizás hubiera procurado disimular su alegría; pero Mercedes miraba a todos sonriéndose, como si con aquella sonrisa y aquellas miradas les dijese: «Puesto que sois mis amigos, alegraos como yo, porque soy muy dichosa. »
Tan pronto como fueron divisados los novios desde La Reserva, salió el señor Morrel a su encuentro, seguido de los marineros y de los soldados, a los cuales renovó la promesa de que Dantés sucedería al capitán Leclerc. Al verle Edmundo dejó el brazo de su novia, y tomó el del naviero que con la joven dieron la señal subiendo los primeros la escalera de madera que conducía a la sala del banquete.
-Padre mío --dijo Mercedes deteniéndose junto a la mesa-, vos a mi derecha, os lo ruego. A mi izquierda pondré al que me ha servido de hermano -añadió con una dulzura que penetró como la punta de un puñal hasta lo más profundo del corazón de Fernando. Sus labios palidecieron, y bajo el matiz de su rostro fue fácil distinguir cómo se retiraba poco a poco la sangre para agolparse al corazón.
Dantés había hecho entretanto lo mismo con Morrel, colocándole a su derecha, y con Danglars, que colocó a su izquierda, haciendo en seguida señas con la mano a todos para que se colocaran a su gusto. Ya corrían de mano en mano por toda la mesa los salchichones de Arlés, las brillantes langostas, las sabrosas ostras del Norte, los exquisitos mariscos envueltos en su áspera concha, como la castaña en su erizo, y las almejas que las gentes meridionales prefieren a las anchoas; en fin, toda esa multitud de entremeses delicados que arrojan las olas a la arenosa playa, y los pescadores designan con el nombre genérico de frutos de mar.
-¡Qué silencio! -dijo el anciano saboreando un vaso de vino amarillo como el topacio, que el tío Pánfilo acababa de traer a Mercedes-. ¿Quién diría que hay aquí treinta personas que sólo desean hablar?
-¡Bah!, un marido no siempre está alegre -dijo Caderousse.
-El caso es -dijo Dantés-, que soy en este momento demasiado feliz para estar alegre.
-Tenéis razón, vecino; la alegría causa a veces una sensación extraña, que oprime el corazón casi tanto como el dolor.
Danglars observaba a Edmundo, cuyo espíritu impresionable absorbía y devolvía toda emoción.
-Qué -le dijo-, ¿teméis algo? Me parece que todo marcha según vuestros deseos.
-Justamente es eso lo que me espanta -respondió Dantés-, paréceme que el hombre no ha nacido para ser feliz con tanta facilidad. La dicha es como esos palacios de las islas encantadas, cuyas puertas guardan formidables dragones; preciso es combatir para conquistar, y yo, a la verdad, no sé que haya merecido la dicha de ser marido de Mercedes.
-¡Marido! ¡Marido! -dijo Caderousse riendo-; aún no, mi capitán. Haz de marido un poco, y ya verás la que se arma.
Mercedes se ruborizó.
Fernando estaba muy agitado en su silla, estremeciéndose al menor ruido, y limpiándose las gruesas gotas de sudor que corrían por su frente como las primeras gotas de una lluvia de tormenta.
-A fe mía, vecino Caderousse -dijo Dantés-, que no vale la pena que me desmintáis por tan poca cosa. Mercedes no es aún mi mujer, tenéis razón -y sacó su reloj-; pero dentro de hora y media lo será.
Los presentes profirieron un grito de sorpresa, excepto el padre de Dantés, cuya sonrisa dejaba ver una fila de dientes bien conservados. Mercedes sonrióse sin ruborizarse, y Fernando apretó convulsivamente el mango de su cuchillo.
-¡Dentro de hora y medía! -dijo Danglars, palideciendo también-, ¿cómo es eso?
-Sí, amigos míos -respondió Dantés-; gracias al señor Morrel, al hombre a quien debo más en el mundo después de mi padre, todos los obstáculos se han allanado; hemos obtenido dispensa de las amo- nestaciones, y a las dos y media el alcalde de Marsella nos espera en el Ayuntamiento. Por lo tanto, como acaba de dar la una y cuarto, creo no haberme engañado mucho al decir que dentro de una hora y treinta minutos, Mercedes se llamará la señora Dantés.
Fernando cerró los ojos; una nube de fuego le abrasaba los párpados; apoyóse sobre la mesa, y a pesar de todos sus esfuerzos no pudo contener un sordo gemido, que se perdió en el rumor causado por las risas y por las felicitaciones de la concurrencia.
-A eso le llamo yo ser activo -dijo el padre de Dantés-. Ayer llegó y hoy se casa..., nadie gana a los marinos en actividad.
-Pero ¿y las formalidades? -preguntó tímidamente Danglars- ¿el contrato... ?
-El contrato -le interrumpió Dantés riendo-, el contrato está ya hecho. Mercedes no tiene nada, yo tampoco; nos casamos en iguales condiciones; conque ya se os alcanzará que ni se habrá tardado en escribir el contrato, ni costará mucho dinero.
Esta broma excitó una nueva explosión de alegría y de enhorabuenas.
-Conque, es decir, que ésta es la comida de bodas -dijo Danglars.
-No -repuso Dantés-, no la perderéis por eso, podéis estar tranquilos. Mañana parto para París: cuatro días de ida, cuatro de vuelta y uno para desempeñar puntualmente la misión de que estoy encargado; el primero de marzo estoy ya aquí; el verdadero banquete de bodas se aplaza para el 2 de marzo.
La promesa de un nuevo banquete aumentó la alegría hasta tal punto, que el padre de Dantés, que al principio de la comida se quejaba del silencio, hacía ahora vanos esfuerzos para expresar sus deseos de que Dios hiciera felices a los esposos.
Dantés adivinó el pensamiento de su padre, y se lo pagó con una sonrisa llena de amor. Mercedes entretanto miraba 1a hora en el reloj de la sala, haciendo picarescamente cierta señal a Edmundo. Reinaba en la mesa esa alegría ruidosa y esa libertad individual que siempre se toman las personas de clase inferior al fin de la comida. Los que no estaban contentos en sus sitios, se habían levantado para ocupar otros nuevos.
Todos empezaban ya a hablar en confusión, y nadie respondía a su interlocutor, sino a sus propios pensamientos.
La palidez de Fernando se comunicaba por minutos a Danglars. Aquél, sobre todo, parecía presa de mil tormentos horribles. Había sido de los primeros en levantarse y se paseaba por la sala, procurando apartar su oído de la algazara, de las canciones y del choque de los vasos.
Acercóse a él Caderousse en el momento en que Danglars, de quien parecía huir, acababa de reunírsele en un ángulo de la sala.
-En verdad -dijo Caderousse, a quien la amabilidad de Dantés, y sobre todo el vino del tío Pánfilo, habían hecho olvidar enteramente el odio que inspiró la repentina felicidad de Edmundo-; en verdad que Dantés es un guapo mozo, y cuando le veo sentado junto a su novia, digo para mí, que hubiera sido una lástima jugarle la mala pasada que intentabais ayer.
-Pero ya has visto -respondió Danglars- que aquello no pasó de una conversación. Ese pobre Fernando estaba ayer tan fuera de sí, que me causó lástima al principio; pero, desde que decidió asistir a la boda de su rival, no hay ya temor alguno.
Caderousse miró entonces a Fernando, que estaba lívido.
-El sacrificio es tanto mayor -prosiguió Danglars- cuanto que la muchacha es de perlas. ¡Diantre!, miren si es dichoso mi futuro capitán. Quisiera llamarme Dantés, no más que por doce horas.
-¿Vámonos? -dijo en este punto con dulce voz Mercedes-; acaban de dar las dos, a las dos y cuarto nos esperan.
-Sí, sí -contestó Dantés levantándose inmediatamente.
-Vamos -repitieron a coro todos los convidados.
Fernando estaba sentado en el antepecho de la ventana, y Danglars, que no le perdía de vista un momento, le vio observar a Dantés con inquieta mirada, levantarse como por un movimiento convulsivo, y volver a desplomarse en el sitio donde se hallaba antes.
Oyóse en aquel momento un ruido sordo, como de pasos recios, voces confusas y armas, ahogando las exclamaciones de los convidados a imponiendo a toda la asamblea el silencio del estupor. El ruido se oyó más cerca: en la puerta resonaron tres golpes...; cada cual miraba a su alrededor con asombro.
-¡En nombre de la ley! -gritó una voz sonora.
La puerta se abrió al punto, dando paso a un comisario con su faja y a cuatro soldados y un cabo. Con esto, a la inquietud sucedió el terror.
-¿Qué se ofrece? -preguntó Morrel avanzando hacia el comisario, a quien conocía-;sin duda venís equivocado.
-Si ha sido así, señor Morrel -respondió el comisario-, creed que pronto se deshará la equivocación. Entretanto, y por muy sensible que me sea, debo cumplir con la orden que tengo. ¿Quién de vosotros, señores, se llama Edmundo Dantés?
Las miradas de todos se volvieron hacia el joven, que muy conmovido, aunque conservando toda su dignidad, dio un paso hacia delante y respondió:
-Yo soy, caballero, ¿qué me queréis?
-Edmundo Dantés -repuso el comisario-, en nombre de la ley, daos preso.
-¡Preso yo! -dijo Edmundo, cuyo rostro se cubrió de una leve palidez-. ¡Preso yo!, pero ¿por qué?
-Lo ignoro, caballero. Ya lo sabréis en el primer interrogatorio a que seréis sometido.
El señor Morrel comprendió que nada podía intentarse: un comisario con su faja no es ya un hombre, es la estatua de la ley, fría, sorda, muda. El viejo, por el contrario, se precipitó hacia el comisario: hay ciertas cosas que nunca podrá comprender el corazón de un padre o de una madre. Rogó, suplicó; pero ruegos y lágrimas fueron inútiles. Sin embargo, su desesperación era tan grande, que el comisario al fin se conmovió.
-Tranquilizaos, caballero -le dijo-, quizá se habrá olvidado vuestro hijo de algunos de los requisitos que exigen la aduana o la sanidad. Yo así lo creo. Cuando se hayan tomado los informes que se desean, le pondrán en libertad.
-¿Qué  significa  esto?  -preguntó  Caderousse  frunciendo  el  entrecejo  y  mirando  a  Danglars,  que aparentaba sorpresa.
-¿Qué sé yo? -respondió Danglars-; como tú, veo y estoy perplejo, sin comprender nada de todo ello.
Caderousse buscó con los ojos a Fernando, pero éste había desaparecido.
Toda la escena de la víspera se le representó entonces con todos sus pormenores. Aquella catástrofe acababa de arrancar el velo que la embriaguez había echado entre su entendimiento y su memoria.
-¡Oh! -dijo con voz ronca-, ¿quién sabe si esto será el resultado de la broma de que hablabais ayer, Danglars? En ese caso, desgraciado de vos, porque es muy triste broma por cierto.
-Ya viste que rompí aquel papel -balbució Danglars.
-No lo rompiste; lo arrugaste y lo arrojaste a un rincón.
-¡Calla! Tú estabas borracho.
-¿Qué es de Fernando?
-¡Qué sé yo! Habrá tenido que hacer. Pero en vez de ocuparte de él, consolemos a esos pobres afligidos.
Efectivamente, durante la conversación, Dantés había dado la mano sonriendo a sus amigos, y después de abrazar a Mercedes, se había entregado al comisario, diciendo:
-Tranquilizaos, pronto se reparará el error, y probablemente no llegaré a entrar en la cárcel.
-¡Oh!, seguramente -dijo Danglars, que, como ya hemos dicho, se acercaba en este momento al grupo principal.
Dantés bajó la escalera precedido del comisario de policía y rodeado de soldados. Un coche los esperaba a la puerta, y subió a él, seguido de los soldados y del comisario. La portezuela se cerró, y el carruaje tomó el camino de Marsella.
-¡Adiós, Dantés! ¡Adiós, Edmundo! -exclamó Mercedes desde el balcón, adonde salió desesperada.
El  preso  escuchó  este  último  grito,  salido  del  corazón  doliente  de  su  novia  como  un  sollozo,  y asomando la cabeza por la ventanilla del coche, le contestó:
-¡Hasta la vista, Mercedes!
Y en esto desapareció por uno de los ángulos del fuerte de San Nicolás.
-Esperadme aquí -dijo el naviero-; voy a tomar el primer carruaje que encuentre: corro a Marsella, y os traeré noticias suyas.
-Sí, sí, id -exclamaron todos a un tiempo-; id, y volved pronto.
A esta segunda marcha siguió un momento de terrible estupor en todos los que se quedaban. El anciano y Mercedes permanecieron algún tiempo sumidos en el más profundo abatimiento; pero al fin se encontraron sus ojos, y reconociéndose por dos víctimas heridas del mismo golpe, se arrojaron en brazos uno de otro.
En todo este tiempo, Fernando, de vuelta a la sala, bebió un vaso de agua y fue a sentarse en una silla. La casualidad hizo que Mercedes, al desasirse del anciano, cayese sobre una silla próxima a aquélla donde él se hallaba, por lo que Fernando, por un movimiento instintivo, retiró hacia atrás la suya.
-Ha sido él -dijo Caderousse a Danglars, que no perdía de vista al catalán.
-Creo que no -respondió Danglars-; es demasiado tonto. En todo caso, suya es la responsabilidad.
-Y del que se lo aconsejó -repuso Caderousse.
-¡Ah! Si fuese uno responsable de todo lo que inadvertidamente dice...
-Sí, cuando lo que se dice inadvertidamente trae desgracias como ésta.
Mientras tanto, los grupos comentaban de mil maneras el arresto de Dantés.
-Y vos, Danglars -dijo una voz-, ¿qué pensáis de este acontecimiento?
-Yo -respondió Danglars- creo que traería algo de contrabando en El Faraón...
-Pero si así fuera, vos lo sabríais, Danglars; ¿no sois vos el responsable?
-Sí, pero no lo soy sino de lo que viene en factura. Lo que sé es que traemos algunas piezas de algodón, tomadas en Alejandría en casa de Pastret, y en Esmirna en casa de Pascal: no me preguntéis más.
-¡Oh!, ahora recuerdo -murmuró el pobre anciano al oír esto-, ahora recuerdo... Ayer me dijo que traía una caja de café y otra de tabaco.
-Ya lo veis -dijo Danglars-, eso será sin duda; durante nuestra ausencia, los aduaneros habrán registrado El Faraón y lo habrán descubierto. .
Casi insensible hasta el momento, Mercedes dio al fin rienda suelta a su dolor.
-¡Vamos, vamos, no hay que perder la esperanza! -dijo el padre de Dantés, sin saber siquiera lo que decía.
-¡Esperanza! -repitió Danglars.
-¡Esperanza! -murmuró Fernando; pero esta palabra le ahogaba; sus labios se agitaron sin articular ningún sonido.
-¡Señores! -gritó uno de los invitados que se había quedado en una de las ventanas-; señores, un carruaje... ¡Ah! ¡Es el señor Morrel! ¡Valor! Sin duda trae buenas noticias.
Mercedes y el anciano saliéronle al encuentro, y reuniéronse con él en la puerta: el señor Morrel estaba sumamente pálido.
-¿Qué hay? -exclamaron todos a un tiempo.
-¡Ay!, amigos míos -respondió Morrel moviendo la cabeza-, la cosa es más grave de lo que nosotros suponíamos...
-Señor -exclamó Mercedes-, ¡es inocente!
-Lo creo -respondió Morrel-; pero le acusan...
-¿De qué? -preguntó el viejo Dantés.
-De agente bonapartista.
Aquellos de nuestros lectores que hayan vivido en la época de esta historia recordarán cuán terrible era en aquel tiempo tal acusación. Mercedes exhaló un grito, y el anciano se dejó caer en una silla.
-¡Oh! -murmuró Caderousse-, me habéis engañado, Danglars, y al fin hicisteis lo de ayer. Pero no quiero dejar morir a ese anciano y a esa joven, y voy a contárselo todo.
-¡Calla, infeliz! -exclamó Danglars agarrando la mano de Caderousse-, ¡calla!, o no respondo de ti.
¿Quién lo dice que Dantés no es culpable? El buque tocó en la isla de Elba; él desembarcó, permaneciendo todo el día en Porto-Ferrajo. Si le han hallado con alguna carta que le comprometa, los que le defiendan, pasarán por cómplices suyos.
Con el rápido instinto del egoísmo, Caderousse comprendió lo atinado de la observación, miró a Danglars con admiración, y retrocedió dos pasos.
-Esperemos, pues -murmuró.
-Sí, esperemos -dijo Danglars-; si es inocente, le pondrán en libertad; si es culpable, no vale la pena comprometerse por un conspirador.
-Vámonos, no puedo permanecer aquí por más tiempo.
-Sí, ven -dijo Danglars, satisfecho al alejarse acompañado-; ven, y dejemos que salgan como puedan de ese atolladero.
Tan pronto como partieron, Fernando, que había vuelto a ser el apoyo de la joven, cogió a Mercedes de la mano y la condujo a los Catalanes. Los amigos de Dantés condujeron a su vez a la alameda de Meillán al anciano casi desmayado.
En  seguida  se  esparció  por  la  ciudad  el  rumor  de  que  Dantés  acababa  de  ser  preso  por  agente bonapartista.
-¿Quién  lo  hubiera  creído,  mi  querido  Danglars?  -dijo  el  señor  Morrel  reuniéndose  a  éste  y  a Caderousse, en el camino de Marsella, adonde se dirigía apresuradamente para adquirir algunas noticias directas de Edmundo por el sustituto del procurador del rey, señor de Villefort, con quien tenía algunas relaciones-. ¿Lo hubierais vos creído?
-¡Diantre! -exclamó Danglars-, ya os dije que Dantés hizo escala en la isla de Elba sin motivo alguno, lo cual me pareció sospechoso.
-Pero ¿comunicasteis vuestras sospechas a alguien más que a mí?
-Líbreme Dios de ello, señor Morrel -dijo en voz baja Danglars-; bien sabéis que por culpa de vuestro tío, el señor Policarpo Morrel, que ha servido en sus ejércitos, y que no oculta sus opiniones, sospechan que lamentáis la caída de Napoleón, y mucho me disgustaría el causar algún perjuicio a Edmundo o a vos. Hay ciertas cosas que un subordinado debe decir a su principal, y ocultar cuidadosamente a los demás.
-¡Bien! Danglars, ¡bien! -contestó el naviero-, sois un hombre honrado. Hice bien al pensar en vos para cuando ese pobre Dantés hubiese llegado a ser capitán del Faraón.
-Pues ¿cómo...?
-Sí, ya había preguntado a Dantés qué pensaba de vos y si tenía alguna repugnancia en que os quedarais en vuestro puesto, pues, yo no sé por qué, me pareció notar que os tratabais con alguna frialdad.
-¿Y qué os respondió?
-Que creía efectivamente que, por una causa que no me dijo, le guardabais cierto rencor; pero que todo el que poseía la confianza del consignatario, poseía la suya también.
-¡Hipócrita! -murmuró Danglars.
-¡Pobrecillo! -dijo Caderousse-,era un muchacho excelente.
-Sí, pero entretanto -indicó el señor Morrel-, tenemos al Faraón sin capitán.
-¡Oh! -dijo Danglars-, bien podemos esperar, puesto que no partimos hasta dentro de tres meses, que para entonces ya estará libre Dantés.
-Sí, pero mientras tanto...
-¡Mientras tanto..., aquí me tenéis, señor Morrel! -dijo Danglars-. Bien sabéis que conozco el manejo de un buque tan bien como el mejor capitán. Esto no os obligará a nada, pues cuando Dantés salga de la prisión volverá a su puesto, yo al mío, y pax Christi.
-Gracias, Danglars, así se concilia todo, en efecto. Tomad, pues, el mando, os autorizo a ello, y presenciad el desembarque. Los asuntos no deben entorpecerse porque suceda una desgracia a alguno de la tripulación.
-Sí, señor, confiad en mí. ¿Y podré ver al pobre Edmundo?
-Pronto os lo diré, Danglars. Voy a hablar al señor de Villefort, y a influir con él en favor del preso. Bien sé que es un realista furioso; pero, aunque realista y procurador del rey, también es hombre, y no le creo de muy mal corazón.
-No -repuso Danglars-; pero me han dicho que es ambicioso, y entonces...
-En fin -repuso Morrel suspirando-, allá veremos. Id a bordo, que yo voy en seguida. Y se separó de los dos amigos para tomar el camino del Palacio de Justicia.
-Ya ves el sesgo que va tomando el asunto -dijo Danglars a Caderousse-; ¿piensas todavía en defender a Dantés?
-No a fe; pero, sin embargo, terrible cosa es que tenga tales consecuencias una broma.
-¿Y quién ha tenido la culpa? No seremos ni tú ni yo, ciertamente; en todo caso, la culpa es de Fernando. Bien viste que yo, por mi parte, tiré el papel a un rincón; y hasta creo haberlo roto.
-No, no -dijo Caderousse-; en cuanto a eso estoy seguro, lo vi en un rincón, doblado y arrugado; ojalá estuviese aún allí.
-¿Qué quieres? Si Fernando lo cogió lo habrá copiado o hecho copiar, y aun sabe Dios si se tomaría esa molestia. Ahora que caigo en ello, ¡Dios mío!, quizás envió mi propia carta. Afortunadamente  yo desfiguré mucho la letra.
-Pero ¿sabías tú que Dantés conspiraba?
-¿Qué había de saber? Aquello fue una broma, como ya lo dije. Pero me parece que, al igual que los arlequines, dije la verdad al bromear.
-Lo mismo da -replicó Caderousse-. Yo, sin embargo, daría cualquier cosa por que no ocurriera lo que ha ocurrido, o por lo menos por no haberme metido en nada: ya verás como por esto nos sucede también a nosotros alguna desgracia, Danglars.
-En todo caso, la desgracia caerá sobre el verdadero culpable, y el verdadero culpable es Fernando y no nosotros. ¿Qué desgracia quieres que nos sobrevenga? Vivamos tranquilos, que ya pasará la tempestad.
-¡Amén! -dijo Caderousse, haciendo una señal de despedida a Danglars y dirigiéndose a la alameda de Meillan,  moviendo  la  cabeza  y  hablando  consigo  mismo,  como  aquellas  personas  que  están  muy preocupadas con sus pensamientos.
-¡Magnífico! -murmuró Danglars-, las cosas toman el giro que yo esperaba. De momento ya soy capitán, y si ese imbécil de Caderousse se calla, capitán para siempre... Sólo me atormenta el pensar que si la justicia diera libertad a Dantés... ¡Oh...!, no -añadió, sonriendo con satisfacción-, la justicia es la justicia, y en ella confío.
Y dicho esto saltó a una barca y dio orden al barquero para que le condujera a bordo del Faraón, adonde, como ya recordará el lector, le había citado el señor Morrel.



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 楼主| 发表于 2019-9-27 01:43:37 | 显示全部楼层
基督山伯爵-->第五章 婚宴
清晨,明媚的朝阳染红了天空,抚慰着那吐着白沫的浪潮。
  瑞瑟夫酒家此时已备好了丰富的酒筵,(酒家的那座凉棚是读者们已熟悉了的)。摆席的那个大厅非常宽敞,并排开着几扇大窗子,每个窗子上都有用金字写着的法国各大城市的名字。在这排窗子底下,是一条跟屋子一样长的木板走廊。筵席虽预定在十二点钟开始。但在这之前的一小时,走廊上便早已挤满了性急的前来贺喜的客人,他们有些是法老号上同唐太斯要好的船员,有些是他的私人朋友,全都穿着最漂亮的衣服,给这个愉快的日子增光不少,大家都在纷纷议论,法老号的船主要来参加婚宴,但大家又似乎都不相信唐太斯能有这么大的面子。
  还是与卡德鲁斯同来的腾格拉尔证实了这个消息,说他刚才遇到了莫雷尔先生,莫雷尔先生亲口说要来赴宴。
  果然,不一会儿,莫雷尔先生便走了进来。法老号的水手们纷纷向他致意、欢呼。在他们看来船主的光临证实了一个传闻,唐太斯不久就要做法老号船长了,由于唐太斯是船员们都一致爱戴的人物,所以当船员们发现他们上司的意见和选择正好符合了他们的愿望时,也就禁不住欢喜起来。
  这一阵嘈杂而亲热的欢迎过去以后,腾格拉尔和卡德鲁斯便被派去到新郎家中去报告重要人物已经到了的消息,希望新郎赶快来迎接他的贵宾。
  二人便火速前往,但他们还没走出百步远,就有一群人向他们走来,前面走着的那对新人和一群伴随新娘的青年人,新娘的旁边是唐太斯的父亲,他们的后面则跟着弗尔南多。他的脸上仍旧挂着一种阴险的微笑。
  美塞苔丝和爱德蒙都没有注意到他脸上那种异样的表情。他们实在是太幸福了,所以他们的眼睛除了互相深情地注视着以外,就只看到他们头上那明朗而美丽的天空。
  腾格拉尔他们完成了自己的使命,并向爱德蒙亲热地道贺以后,腾格拉尔就走到了弗尔南多的身边,卡德鲁斯则和唐太斯老爹留在了一起。老唐太斯现在已成了众人注目的焦点。
  他穿着一套剪裁合体、熨得笔挺、钉着铁钮扣的黑衣服。他那瘦小但依旧相当有力的小腿上套着一双脚踝处绣满了花的长统袜子,一看便知是英国货;他的三角帽上垂下一长条蓝白色丝带结成的穗子;拄着一根雕刻得很奇特的手杖。卡德鲁斯一副卑谄的样子跟在他身旁,希望美餐一顿的渴望使他又与唐太斯父子重归于好了,昨晚上的事,他脑子里留有模糊不清的印象,——就象人从梦中醒来时脑子里留下的模糊印象一样。
  腾格拉尔走近那个失恋的情人的时候,意味深长的看了他一眼。只见弗尔南多脸色苍白,神情茫然地慢慢跟在那对幸福的人后面,而面前那对满心欢喜的人却似乎已完全忘记了还有他这个人存在着。他的脸偶尔会突然涨得通红,神经质的抽搐一下,——焦急不安的朝马赛那个方向望一眼,好象在期待某种惊人的大事发生似的。
  唐太斯的衣着不仅很合式,而且也很简单,他穿着一套半似军服,半似便服的商船船员制服。他那张英俊的脸上闪着喜悦和幸福的光芒,显得更加英气勃发。
  美塞苔丝可爱得象塞浦路斯或凯奥斯的希腊美女一样,她的眼睛乌黑明亮,嘴唇鲜红娇嫩,她的步伐就象阿尔妇女和安达卢西亚妇女那样轻盈和婀娜多姿。假如她是一个城里姑娘,她一定会把她的喜悦掩饰起来,或至少垂下她那浓密的睫毛,以掩饰她那一对水汪汪的热情的眼睛,但美塞苔丝却是一个劲地微笑着左右顾盼,好象在说:“假如你们是我的朋友,那么就和我一起欢乐吧,因为我实在是太幸福了。”
  当这队伴着新郎新娘的行列进入瑟夫酒家的时候,莫雷尔先生就迎上前来,他身后跟着早已聚集在那儿的士兵和水手,他们已经从莫雷尔先生那儿知道他已经许过的诺言,知道唐太斯就要接替已故的莱克勒船长了,爱德蒙一走到雇主的前面,便把他的未婚妻的手臂递给莫雷尔先生,后者就带着她踏上了木头楼梯,向摆好了酒席的大厅走去,宾客们嘻嘻哈哈地跟在后面,楼梯在拥挤的人群脚下吱吱地响着。
  “爸爸,”美塞苔丝走到桌子前面停下来说。“请您坐到我的右边,左边这个置人要让一位始终象亲兄弟那样照顾我的人坐,”她这句温柔而甜密的话象一把匕首直刺入弗尔南多的心。他的嘴唇苍白,棕黑的皮肤下,可以看见血液突然退去,象是受到了某种意外的压缩,流回到了心脏里去了一样。
  这时,坐在桌子对面的唐太斯,也同样正在安排他最尊贵的来宾莫雷尔先生坐在他在右边,腾格拉尔坐在他的左边,其余的人也都各自找到了他们认为最适当的位子坐下。
  现在便开始尽情地享受那些放满在桌子上的美味佳肴了。新鲜香美的阿尔腊肠,鲜红耀目的带壳龙虾,色彩鲜明的大虾,外面有刺而里面细腻上口的海胆,还有为南方食客所极力赞美、认为比牡蛎还香美可口的蛤蜊——这一切,再加上无数从沙滩上捕来的,被那些该感谢的渔夫称为“海果”的各种珍馔美肴,都呈在了这次婚筵席上。
  “真安静啊!”新郎的父亲说,他正拿起一杯黄玉色的酒举到嘴边,这杯酒是美塞苔丝献上的,谁会想到这儿有三十个又说又笑的人呢?
  “唉!”卡德鲁斯叹息到,“做丈夫的并非永远是开心的,”事实是,”唐太斯答,“我是太幸福了,所以反而乐不起来了,假如你是这样认为的话,我可敬的朋友,我想你是说对了,有的时候,快乐会产生一种奇特的效果,它会压住我们,就象悲哀一样。”
  腾格拉尔向弗尔南多看了看,只见他易于激动的天性把每一个新的感受都明显地表露在脸上。
  “咦,你有什么不快乐?”他问爱德蒙。“你难道怕有什么样的灾难降临吗?我敢说今天在众人眼里你最称心如意啦。”
  “使我感到不安的也正是这一点,”唐太斯答道“在我看来幸福似乎不该这样轻易到手的,幸福应该是我们小时候书上所读到的神奇的魔宫,有凶猛的毒龙守在入口,有各种各样大大小小的的妖魔鬼怪挡主去路,要征服这一切,就非去战斗不可。我现在真得觉得有点奇怪,凭什么获得这份荣耀——做美塞苔丝的丈夫。”
  “丈夫,丈夫?”卡德鲁斯大声笑着说,“还没有做成呢,我的船长,你就试试去做个丈夫吧,瞧瞧会怎么样。”
  美塞苔丝不禁脸上泛起了红晕。焦躁不安的弗尔南多每当听到一点响声就会显得很吃惊的样子,他不时抹一下额头上沁出汗,那汗珠就象暴风雨即将来时落下的雨蹼那样粗大。
  “哦,那倒没什么,卡德鲁斯邻居,这种小事是不值得一提的,不错,美塞苔丝此刻还不能真正算我的妻子,但是,”他掏出表来看了看,就说,“再过一个半小时,她就是我的妻子了。”
  所有的人都惊叫了一声,只有老唐太斯除外,他开怀大笑,露出一排很整齐的牙齿。美塞苔丝微笑了一下,不再羞涩了。弗尔南多则神经质地紧握着他的刀柄。
  “一个小时?”腾格拉尔问,他的脸色也变白了,“怎么回事,我的朋友?
  “是的,,”唐太斯回答道,“在这儿我特别感谢莫雷尔先生在这世界上,除了我父亲以外,我的幸福完全归功于他,由于他的帮忙,一切困难都已经解决了。我们已经付了结婚预告费,两点半的时候,马赛市长就会在维丽大酒家等候我们。现在已经是一点一刻了,所以我说再过一个半小时美塞苔丝会变成唐太斯夫人并非言之过早。”
  弗尔南多闭上了双眼,一种火一样的感觉掠过了他的眉头,他不得不将身子伏在桌子上以免跌倒。他虽然努力克制着自己,但仍禁不住发出一声长叹,但是他的叹息声被嘈杂的祝贺声淹没了。
  “凭良心,”老人大声说,“这事你办得真迅速。昨天早晨才到这儿的,今天三点钟就结婚!我终于相信了水手是办事的快手!”
  “可是”腾格拉尔胆怯地说。“其它手续怎么办呢,——婚书,文契?”
  “噢,你真是!”唐太斯笑着回答说,“我们的婚书早已写好子。美塞苔丝没有什么财产,我也一样。所以,你看,我们的婚书根本没费多少时间就写好了,而且也没花几个钱。”这个笑话引起众人一阵哄笑和掌声。
  “那么,我们认为只不过是订婚的喜酒变成结婚的喜酒了。”腾格拉尔说。
  “不,不!”唐太斯回答,“可别把人看成是那么小器,明天得动身到巴黎去。四天来回,再加一天的时间办事就够了。三月初我就能回来,回来后,第二天我就请大家喝喜酒。”
  想到又一次有美餐的机会,宾客们更加欢乐无比,老唐太斯还在宴席一开始的时候就曾嫌太静,现在人们是如此嘈杂喧哗,他竟很想找一个机会来向新娘新郎表示祝贺了。
  唐太斯觉察到父亲那种亲热的焦急之情,便愉快地报以感激的一笑。美塞苔丝的眼睛不时地去瞟一眼摆在房子里的钟,她向爱德蒙做了一个手势,示意。
  席间的气氛是愉快的,无拘无束的,这是在社交集会时司空见惯的现象,大家太快乐了以致摆脱了一切拘谨礼仪的束缚。那些在席间觉得座位不称心的人已经换了位置,并找到了称心如意的邻座。有的人都在乱哄哄地说,不住嘴地说着话,谁也不关心谁,大家都在各说各的话。
  弗尔南多苍白的脸色似乎已传染给腾格拉尔的脸上,弗尔南多自己却似乎正在忍受着死囚一般的痛苦,他再也坐不住了,站起来首先离开席,象要躲开这一片震耳欲聋的声音里所洋溢的喜气似的,一言不发地在大厅另一端走来走去。
  弗尔南多似乎要躲开腾格拉尔,而腾格拉尔却偏偏又来找他,卡德鲁斯一见这种情形,也向别房间的那一角走过去。
  “凭良心讲,”卡德鲁斯说,由于唐太斯友善的款待和他喝下的那些美酒的满足劲也起了作用,他脑子里对唐太斯交了好运的妒嫉之意反而一扫而光了,“——凭良心讲,唐太斯实在是一个顶好的人,当我看到他坐在他那漂亮的未婚妻旁边时候,一想到你们昨天的计划用的那有套把戏,真觉得太不应该了。”
  “哦,那事反正又不是真的,”腾格拉尔回答说,“最初我是出于同情弗尔南多受到的打击,但当我看到他甚至做着他的情敌的伴郎仍完全克制住他自己的情感时,我知道这事就不必再多说了。”卡德鲁斯凝视着弗尔南多,弗尔南多的脸色白的象一张纸。“说实在的,”腾格拉尔又说,“姑娘长得可真美,这个牺牲可不算校说真的,我那位未来的船长真是个交好运的家伙!老天爷!我真希望,我如果是他就好了。”
  “我们可以走了吗?美塞苔丝那银铃般的声音问道,“两点钟已经过了,你知道我们说好的在一刻钟之内到维丽大酒家的。”
  “是的,没错!”唐太斯一面大声说,一面急忙站了起来说:“我们马上就走吧!”
  于上全体宾客随声咐和着,也都一起欢呼着站了起来,并开始组成一个行列。
  就在这时,正在密切注意着弗尔南多的腾格拉尔突然看见他象痉挛似的抽搐了一下,踉踉跄跄退到了一扇开着的窗子前面,靠在身边的一把椅子上。此时,只听楼梯上响起了一片嘈杂声并夹杂着士兵整齐的步伐,刀剑的铿锵声以及佩挂物的撞击声,接着又传来了一片由众多声音所组成的嗡嗡声,这片嗡嗡声窒息了喜宴的喧哗声,房间里立刻罩上了一种不安的气氛。
  那嘈声愈来愈近了。房门上响起了三下叩击声。人们神色惊奇面面相觑。
  “我们是来执行法院命令的,”一个响亮的声音喊道,但房间里谁也没有应声,门开了,一个佩挂绶带的警长走了进来,后面跟着四个士兵和一个伍长。在场的人们现在由不安变成了极端的恐惧。
  “请问警长突然驾到,有何贵干?”莫雷尔先生走上前去对那警长说道,他们显然是彼此认识的。“我想一定是发生了什么误会吧。”
  “莫雷尔先生。”警长回答道,“如果是误会,很快就可以澄清的。现在,我只是奉命来把人带走,虽然我自己也很不愿意执行交给我的这项任务,但我又必须完成它。在这些人当中哪位是爱德蒙·唐太斯?”人们的眼睛唰得一下都转了那青年身上,那青年虽也很不安,却依旧很庄严地挺身而出,用坚定的口吻说:“我就是,请问有什么事?”
  “爱德蒙·唐太斯,”警长回答说,“我以法律的名义逮捕你!”
  “逮捕我!”爱德蒙应了一声,脸上微微有点变色,“请问这是为什么?”
  “我不清楚,不过你在第一次被审问的时候就会知道的。”
  莫雷尔先生觉得此事辩也是没用的。一个绶带军官在外执行命令已不再是一个人,而变成了冷酷无情的法律的化身。
  老唐太斯急忙向警长走去,——因为有些事情是做父母的心所无法了解的。他拼命的求情,他的恳求和眼泪虽毫无用处,但他那极度失望的样子却打动了警长的同情心。“先生,”他说,“请你冷静一点。您的儿子大概是触犯了海关或卫生公署的某些条例,很可能在回答几个问题以后就会被释放的。”
  “这到底是怎么回事?”卡德鲁斯横眉怒目地问腾格拉尔,而后者却装出一副莫名其妙的的神情。
  “我怎么知道?”他答道,“我和你一样,对眼前的事根本一无所知,他们说的话我一点儿都不懂。”卡德鲁斯于是用目光四下里寻找弗尔南多,但他已经不见了。
  前一天的情景极其清晰地浮现在他脑子里了。他现在目击的这场突如其来的横祸已揭去了他昨天醉酒时蒙在记忆上的那层薄纱。
  “哼!”他声音嘶哑地对腾格拉尔说,“这个,难道就是你昨天那套鬼把戏里的一部分吧?果真如此的话,玩把戏的那个家伙真该死!这种做法太可耻了。”
  “别胡说了。”腾格拉尔反驳道,“你明明看见我把那张纸撕碎了扔了的。
  “不,你没有!”卡德鲁斯答道,“你只是把它扔在了一边。我看见你把它扔在一个角落里了。”
  “闭嘴!你根本什么也没看见。你当时喝醉了!”
  “弗尔南多去哪儿了?”卡德鲁斯问。
  “我怎么知道?”腾格拉尔回答,“大概是处理他自己的事情去了吧,先别管他在哪儿了,我们赶紧去看看有没有什么办法可以帮一下我们那位可怜的朋友。”
  在他们谈话的时候,唐太斯正和他的朋友们一一握手告别,然后他走到那位官员身边,说:“请诸位放心,我只不过去解释一些小误会而已,我想我又没犯什么法,不会坐牢的。”
  “唔,肯定是这样!”腾格拉尔接着话茬说,他现在已走到大家的前面,“我相信只不过是一点误会而已。”
  唐太斯夹在警长和士兵中间走下楼去。门口已有一辆马车在等候着他了。他钻进了车里,两个兵和那警长也接着进去了,马车就向马赛驶去了。
  “再见了,再见了,我亲爱的爱德蒙!”美塞苔丝扑到栏杆上向他伸出手臂大声喊着。
  这样被带走的人听到那最后的一声呼喊,象感到了他未婚妻的心被撕碎了一般,他从车厢里探出头来喊道:“再见了,美塞苔丝。”于是马车就转过圣尼古位堡的一个拐角不见了。
  “你们大家都在这儿等我!”莫雷尔先生喊道,“我马上找一辆马车赶到马赛去,等打听着消息回来告诉你们。”
  “对呀!”许多声音异口同声的喊道,“去吧,快去快回!”
  莫雷尔先生走了以后,留下来的那些人都有些不知所措。
  老爹和美塞苔丝各自怀着满腹的忧愁木然呆立着,最后,这两个遭受同一打击下的不幸的人的目光终于碰到了一起,悲伤地拥抱在了一起。这时弗尔南多又出现了,他用一只颤抖的手给自己倒了一杯水,一饮而尽,然后在一张椅子上坐了下来。
  美塞苔丝已离开了老人的怀抱,正虚弱地倒在一张椅子上,碰巧弗尔南多的座位就在她的旁边,他本能地把他的椅子拖后了一点。
  “是他!”卡德鲁斯低声对腾格拉尔说,他的眼睛始终没离开过弗尔南多。
  “我倒不这样认为,”那一个回答说,“他太蠢了,绝想不出这种计谋的。我希望那个做孽的人会受惩罚。”
  “你怎么不说那个给他出谋划策的人该受罚呢!”卡德鲁斯说。
  “当然罗,”腾格拉尔说,“不过,并不是每个人都要对他随口说的负责的!”
  “哼,如果随便讲话的真的兑现了就该他负责。”
  这时,对被捕这件事大家都在议论纷纷。
  “腾格拉尔,”有人问,“你对这事怎么看?”
  “我想,”腾格拉尔说,“可能是唐太斯在船上被搜出了什么被认为是违禁品的小东西吧。”
  “但假如他真这样做了,你怎么会不知道呢?腾格拉尔,你不是船上的押运员吗?”
  “我只知道我要对船上装的货物负责。我知道船上装着棉花,是从亚历山大港潘斯德里先生的货仓和士麦拿潘斯考先生的货仓里装上船的。我所知道仅此而已,至于别的什么,我是没必要去过问的。”
  “噢,现在我想起来了!”那可怜的老爹说,“我的儿子昨天告诉我,说他有一小盒咖啡和一点烟草在船上带给我!”
  “你看,这就对了!”腾格拉尔宣称说。“现在祸根找着了,一定是海关关员当我不在的时候上船去搜查,发现了可怜的唐太斯藏着宝贝了。”
  美塞苔丝根本不相信她的爱人被捕的这种说法。她一直努力克制着悲哀,现在突然地放声大哭起来。
  “别哭,别哭,”老人说,“我可怜的孩子,事情会有希望!”
  “会有希望的!腾格拉尔也说。
  “会有希望的!”弗尔南多也想这么说,但他的话却哽住了,他的嘴唇蠕动了一下,但始终没发出声音来。
  “这下好了!好消息!”站在走廊上的一个人忽然喊道。
  “莫雷尔先生回来了。他一定会带好消息给我们的。”
  美塞苔丝和老人急忙奔向前去迎接船主,在门口碰到了他。莫雷尔先生的脸色非常惨白。
  “有什么消息?”大家异口同声地问。
  “唉,诸位,”莫雷尔先生无奈地摇摇头说,“事情比我们预料的要严重得多。”
  “呵,先生,他是无罪的呀!”美塞苔丝抽搭着说。
  “这我相信!”莫雷尔先生回答说,“可是他仍然被指控为——”
  “什么罪名?”老唐太斯问。
  “控他是一个拿破仑党的眼线!”
  读者们一定还记得,在我们这个故事发生的那个年代,这是多么可怕的一个罪名。美塞苔丝绝望地惨叫了一声,而心碎的老人则气息奄奄地倒在了一张椅子上。
  “腾格拉尔!”卡德鲁斯低声说,“你骗了我,——昨天晚上你说的那套鬼把戏已成现实了。现在我明白了。但我不忍心看到一个可怜的老头子和一个无辜的姑娘这样痛苦不堪。我要去把一切都告诉他们。”
  “闭嘴,你这傻瓜!”腾格拉尔急忙抓住他的胳膊恶狠狠地说,“不然我可不负责你自己的人身安全。谁能说清楚唐太斯究竟是有罪还是无罪?船的确停靠过厄尔巴岛,他的确曾离船在岛上呆了一整天。现在,假如从他身上找到什么有关的信件或其他文件,到那时凡是帮他说话的人都会被看作是他的同谋的。”
  出于自私心的本能,卡德鲁斯立刻感觉出了这番话的份量。他满脸恐惧和忧虑地望着腾格拉尔,然后连忙采取了进一步退两步的态度。
  “那么,我们等等再说吧。”他嗫嚅着说道。
  “是啊!”腾格拉尔回答。“我们等等再说吧。假如他的确是无辜的,那自然会被释放,假如的确有罪,那我们可犯不上为他而受连累。”
  “那么我们走吧。我们不能再呆在这儿了。”
  “好,我们走吧!”腾格拉尔为能找到一个一同退场的同伴而感到很高兴。“我们不管这事了,别人爱走不走,随他们的便。”
  他们走了以后,弗尔南多又成了美塞苔丝的保护人了,领她回迦太兰村去了。而唐太斯的一些朋友则护送着那位心碎的老人回家去了。
  爱德蒙被控为拿破仑党的眼线从而被捕的消息很快就在城里流传开了。
  “你能相信有这种事情吗,我亲爱的腾格拉尔?”莫雷尔先生问,他因急于回城去打听唐太斯的新消息,途中赶上了他的押运员和卡德鲁斯。“你认为这种事可能吗?”
  “噢,您知道,我已经对您说过,”腾格拉尔回答说“我觉得他在厄尔巴岛停靠这件事是非常可疑的。”
  “你的这种怀疑除了对我以外还对别人提起过吗?”
  “当然没有!”腾格拉尔回答说。然后又低声耳语道,“您知道,您的叔叔波立卡·莫雷尔先生曾在先朝当过官,而且关于这件事又不怎么隐讳,所以说不定您也会有很大的嫌疑的,人家会说您也不满于拿破仑的垮台。假如我对别人讲了我心中的疑虑那我不是就伤害到了爱德蒙和您么。我很清楚,象我这样做下属的人,不论发生了什么事情,都应该先通知船主,而且必须小心谨慎,不能让其他的人知道才行。”
  “很好,腾格拉尔,很好!”莫雷尔先生说道。“你是一个好小伙子,本来,我在安排那可怜的爱德蒙当法老号的船长的时候,也打算过如何安排你的。”
  “你说什么,先生!”
  “我事先曾问过唐太斯,问他对你有何看法,对你继续在船任职什么意见——因为我已看出你们之间的关系相当冷淡。”
  “他是怎么回答的?”
  “他说他的确因某件事得罪过你,但记不清是为什么了。他说不论是谁,只要船主信任他,他也应该尊敬他。”
  “伪君子!”腾格拉尔低声地骂了一句。
  “可怜的唐太斯!”卡德鲁斯说。“谁都无法否认他是一个心地高尚的好小伙子!”
  “可就目前这种状况来看,”莫雷尔先生继续说,“我们可别忘了法老号现在是处在没有船长管理的状态之中。”
  “噢!”腾格拉尔回答说,“反正我们三个月之内还不会离开这个港口,但愿到那时,唐太斯能被释放出来。”
  “这点我毫不怀疑,只是这期间我们怎么办呢?”
  “哦,这期间反正我在这儿,莫雷尔先生,”腾格拉尔答道,“您也知道,我管理船上一切的本领,并不亚于经验最丰富的现任船长。假如您愿意让我为您效劳,这对您也是很有利的,因为唐太斯一旦获释回来,法老号上的人事就不必再变动了,只要唐太斯和我各干各的本职工作就行了。”
  “谢谢,我的好朋友,谢谢你的这个好主意——这下可把所有问题都解决了。我立刻任命你来指挥法老号,并监督卸货。不论个人出了什么事,业务总不能受影响。”
  “请放心好了,莫雷尔先生,但您想我们什么时候才去探望可怜的爱德蒙呢?”
  “我见到维尔福先生以后,就可以马上让你知道的,我要尽力要求他为爱德蒙说说情。我知道他是个激烈的保王党。但是,除了这点和他那检察官的地位以外,他也是个人,而且我不认为他是个坏人!”
  “也许不是坏人,”腾格拉尔答道,“但我听说,他野心勃勃,而野心又最会使人的心肠变硬的!”
  “唉,也只能这样了!”莫雷尔先生说,“我们走一步看一步吧!你现在赶快到船上去吧,我等会儿到船上来找你。”说着那可敬的船主离开了那两位朋友,向法院的方向走去了。
  “你看,”腾格拉尔对卡德鲁斯说,“事情变复杂了吧。你现在还想去为爱德蒙辩护吗?”
  “不,当然不,但我觉得开玩笑竟开出这样可怕的后果也实在太可怕了。”
  “我倒要问问,这种后果是谁造成的?不是你,也不是我,而是弗尔南多。你当然知道得很清楚,我把那张纸丢在房间的角落里了,——真的,我还以为我当时把它撕了呢。”
  “噢,没有!”卡德鲁斯答道,“这一点我记得很清楚,你没有撕。我清清楚楚地看见你把它揉皱了丢在凉棚角落里,我倒真希望那纸条现在还在那儿。”
  “嗯,如果你的确看到过,那又有什么办法,一定是弗尔南多把它拾了起来,另外抄了一遍,或改写了一遍,或许,他甚至根本就没重抄。现在我想起来了,天哪!他也许就是把那张纸条给送去了1谢天谢地,幸亏我那笔迹是伪装过的。”
  “那么,你是否早就知道唐太斯参与了谋反的呢?”
  “不,我早就说过,我还以为只不过是一个玩笑罢了。但似乎是,象阿尔勒甘一样,我在玩笑中道出了实情。”
  “可是,”卡德鲁斯又说道,“我真不愿意看到发生这样的事,或至少应该与我无关。你就等着瞧吧,腾格拉尔,这件事会使我们两个都倒霉的。”
  “胡说!如果这件事真会带来什么灾难,那也应该落到那个罪人的头上,而那个人,你也知道,是弗尔南多。我们怎么会牵扯在里面呢?只要我们自己保守秘密,不声不响的,对这件事不去对别人泄露一个字就得了。这样你就会看到那风波过去,而我们丝毫不受任何影响。”
  “那好吧!”卡德鲁斯答应了一声,就挥手告别了腾格拉尔,朝梅朗港方向走去了,他一边走,一面晃动着脑袋嘴里还念念有词的,像在自己苦思冥想似的。
  “好了,现在,”腾格拉尔自言自语地说,“一切都已随了我的心愿。我已暂时当上了法老号船长,而且还可能永远地当下去,只要卡德鲁斯那个傻瓜不多嘴多舌的。我只怕唐太斯会重新放出来的。不过,他已落到了法院的手里,”他又带着微笑说,“而法院是公正的,”说着,他便跳进了一只小艇,叫人摇到法老号上去,因为莫雷尔先生说过要在那儿见他的。
  (第五章完)
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