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¡Vivir! CAPÍTULO I (6)

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发表于 2022-3-11 03:24:17 | 显示全部楼层 |阅读模式
¡Vivir!  CAPÍTULO I (6)
Por supuesto, mi mujer Jiazhen estaba al corriente de esas correrías mías por la ciudad. Jiazhen era una buena mujer. Haber tenido en esta vida la suerte de casarme con una mujer tan sensata y virtuosa debe de ser una compensación por haber sido un perro en la anterior y habérmela pasado ladrando. Conmigo, siempre ponía a mal tiempo buena cara.
Cuando yo andaba por ahí haciendo el ganso, ella sufría por dentro, pero nunca me reprochó nada, igual que mi madre.
Realmente, mis juergas en la ciudad fueron un poco excesivas. Jiazhen, como es natural, vivía con el corazón en un puño, tan angustiada que no podía quedarse con los brazos cruzados. Un día, yo había vuelto de la ciudad y acababa de sentarme. Jiazhen vino, toda risueña, trayendo una bandeja con cuatro platos que colocó delante de mí, y me llenó un vaso de vino. Luego se sentó a mi lado por si necesitaba algo más. Su sonrisa radiante me extrañó, me preguntaba qué podía haber pasado que le diera esa alegría, me rompí la cabeza tratando de ver si había algo que celebrar. Se lo pregunté, pero ella no contestó; se limitó a mirarme con su sonrisa radiante.
Los cuatro platos eran de verdura, y Jiazhen los había preparado cada uno de una manera distinta. En cambio, todos tenían en el fondo un trozo de carne de cerdo de igual tamaño. Al principio, no le di importancia. Pero al llegar al último cuenco, vi que debajo de la verdura también había un trozo de carne de cerdo. Primero me quedé parado, pero luego me eché a reír. Me di cuenta de lo que quería decir Jiazhen. Me estaba indicando: las mujeres pueden parecer diferentes de cintura para arriba, pero de cintura para abajo son iguales.
—Eso ya lo sabía —le dije.
Lo sabía, sí, pero con todo y eso, cuando veía a una mujer que parecía diferente de cintura para arriba, seguía pensando que lo era de cintura para abajo, no tenía remedio.
Jiazhen era así. Si estaba descontenta conmigo, nunca lo mostraba; lo que hacía era llamarme la atención de manera indirecta y dando rodeos. Pero yo no aprendía ni por las buenas ni por las malas. Ni los zapatazos de mi padre ni los platos de Jiazhen lograban detenerme: a mí, erre que erre, me seguía gustando ir a la ciudad y andar metido en burdeles. Mi madre era la única que sabía de verdad lo que tenemos los hombres en la cabeza.
—Los hombres son todos unos gatos golosos —le decía a Jiazhen.
Con esas palabras, mi madre no sólo me justificaba, también revelaba el pasado oscuro de mi padre. Él estaba en su silla; al oírlo, entornaba los ojos dejándolos como dos rendijillas, y se reía. De joven, él tampoco era nada formal. Sólo de viejo, cuando ya no le daba el cuerpo para andar follando, sentó cabeza.
La Casa Verde también era donde yo jugaba, casi siempre al mah—jong, al paijiu[7] o a los dados. Cada vez que jugaba perdía y, cuanto más perdía, más deseaba recuperar los más de cien mu de tierra que había dilapidado mi padre de joven.
Al principio, cuando perdía, pagaba al contado. Cuando dejé de tener dinero, iba a robar las joyas de mi madre o de Jiazhen.
Hasta llegué a robar la gargantilla de oro de mi hija. Luego ya pasé directamente a pagar a crédito. Mis acreedores conocían la situación económica de mi familia, de modo que me fiaban.
Y a partir de entonces ya no supe ni cuánto perdía. Tampoco me lo decían los acreedores: cada día que pasaba iban contando para sus adentros los cien mu de tierra de mi familia.
Hasta después de la Liberación no supe que los ganadores habían amañado las partidas. Con razón perdía yo siempre: habían ido cavando una trampa para hacerme caer en ella.
En esa época, había en La Casa Verde un tal señor Shen, de casi sesenta años. Tenía los ojos más relucientes que los de un gato. Vestía una túnica de algodón azul, y andaba más tieso que un pincel. Normalmente estaba sentado en un rincón, con los ojos cerrados, como echando una cabezada. Sólo cuando las apuestas iban creciendo en la mesa de juego, el señor Shen carraspeaba, se acercaba despacito, elegía un sitio para mirar la partida y, cuando llevaba un rato mirando, curiosamente, alguien se levantaba y le cedía el sitio.
—Señor Shen, siéntese aquí.
El señor Shen se remangaba la túnica y se sentaba.
—Sigan, por favor —decía a los otros tres jugadores.
En La Casa Verde nunca se había visto al señor Shen perder. Cuando mezclaba las fichas con esas manos de venas azules e hinchadas, sólo se oía el ruido — cshh, cshh—, pero las fichas iban aumentando o disminuyendo, apareciendo y desapareciendo bajo sus manos. Hasta me dolían los ojos al mirarlo.
—Un jugador depende por completo de sus ojos y sus manos —me dijo un día, bebido—. Tiene que entrenar los ojos hasta que se vuelvan penetrantes como garras, y las manos hasta que se vuelvan escurridizas como anguilas.
El año en que se rindieron los retacos japoneses, llegó Long Er. Long Er tenía una mezcla de acentos del norte y del sur.
Nada más oír su pronunciación te dabas cuenta de que era un tipo complicado. Había estado en muchas partes y había visto a gente de todo el mundo. No vestía túnica, llevaba un traje de seda blanca. Con él venían otros dos, que le llevaban dos grandes maletas de mimbre.
Las partidas entre el señor Shen y Long Er eran realmente apasionantes. El salón de juego de La Casa Verde estaba abarrotado. Jugaban el señor Shen y ellos tres. Long Er tenía detrás un camarero que le sostenía una bandeja de toallitas secas. De vez en cuando, Long escogía una y se limpiaba las manos. No se las limpiaba con toallitas húmedas, a todos nos extrañó. Y lo hacía como si acabara de comer.
Al principio, Long Er perdía siempre, pero no parecía importarle en absoluto. En cambio, los dos hombres que había traído con él no podían disimular su disgusto: uno no paraba de renegar y refunfuñar; el otro, de lamentarse y de suspirar.
En cuanto al señor Shen, a pesar de que llevaba todo el rato ganando, no se le veía la menor expresión de triunfo. Fruncía el ceño igual que si hubiera perdido mucho dinero. Estaba cabizbajo, pero con los ojos clavados como chinchetas en las manos de Long Er. El señor Shen era ya mayor, llevaba media noche jugando, y empezó a costarle respirar y a sudarle la frente.
—Vamos a jugar la definitiva —dijo.
—De acuerdo —contestó Long Er tras alcanzar una toallita y limpiarse las manos.
Amontonaron el dinero sobre la mesa, ocupando casi todo el espacio; sólo quedaba un hueco en el centro. Cada uno recibió cinco cartas. Tras enseñar cuatro, a los compañeros de Long Er se les cayó el alma a los pies.
—Se acabó, hemos vuelto a perder —dijeron apartando las cartas.
—No habéis perdido, habéis ganado —se apresuró a decir Long Er mientras enseñaba la carta que le quedaba.
Era un as de picas.
Nada más verlo, sus compañeros se pusieron a reír. En realidad, la última carta del señor Shen también era un as de picas. Llevaba tres ases y dos reyes; y uno de los compañeros de Long Er, tres reinas y dos sotas. Pero Long Er había sido el primero en enseñar el as de picas. El señor Shen se quedó de piedra, y así estuvo un buen rato antes de recoger sus cartas.
—He perdido —dijo.
Tanto el as de picas de Long Er como el del señor Shen habían salido de sus respectivas mangas. En una sola baraja no puede haber dos ases de picas. Pero como Long Er se le había adelantado, el señor Shen sabía que no le quedaba más remedio que reconocer su derrota. Era la primera vez que veíamos al señor Shen perder. Se apoyó en la mesa para levantarse, saludó a Long Er y los otros dos, dio media vuelta y fue hacia la salida.
—Estoy viejo —dijo sonriendo al llegar a la puerta.
A partir de entonces, nadie volvió a ver al señor Shen. Dicen que ese mismo día, al amanecer, tomó un palanquín y se fue.

 我女人家珍当然知道我在城里这些花花绿绿的事,家珍是个好女人,我这辈子能娶上这么一个贤惠的女人,是我前世做狗吠叫了一辈子换来的。家珍对我从来都是逆来顺受,我在外面胡闹,她只是在心里打鼓,从不说我什么,和我娘一样。
  我在城里闹腾得实在有些过分,家珍心里当然有一团乱麻,乱糟糟的不能安分。有一天我从城里回到家中,刚刚坐下,家珍就笑盈盈地端出四样菜,摆在我面前,又给我斟满了酒,自己在我身旁坐下来待候我吃喝。她笑盈盈的样子让我觉得奇怪,不知道她遇上了什么好事,我左思右想也想不出这天是什么日子。我问她,她不说,就是笑盈盈地看着我。
  那四样菜都是蔬菜,家珍做得各不相同,可吃到下面都是一块差不多大小的猪肉。起先我没怎么在意,吃到最后一碗菜,底下又是一块猪肉。我一愣,随后我就嘿嘿笑了起来。
  我明白了家珍的意思,她是在开导我:女人看上去各不相同,到下面都是一样的。我对家珍说:
  “这道理我也知道。”
  道理我也知道,看到上面长得不一样的女人,我心里想的就是不一样,这实在是没办法的事。
  家珍就是这样一个女人,心里对我不满,脸上不让我看出来,弄些转弯抹角的点子来敲打我。我偏偏是软硬不吃,我爹的布鞋和家珍的菜都管不住我的腿,我就是爱往城里跑,爱往妓院钻。还是我娘知道我们男人心里想什么,她对家珍说:
  “男人都是馋嘴的猫。”
  我娘说这话不只是为我开脱,还揭了我爹的老底。我爹坐在椅子里,一听这话眼睛就眯成了两条门缝,嘿嘿笑了一下。我爹年轻时也不检点,他是老了干不动了才老实起来。
  我赌博时也在青楼,常玩的是麻将,牌九和骰子。我每赌必输,越输我越想把我爹年轻时输掉的一百多亩地赢回来。
  刚开始输了我当场给钱,没钱就去偷我娘和家珍的手饰,连我女儿凤霞的金项圈也偷了去。后来我干脆赊帐,债主们都知道我的家境,让我赊帐。自从赊帐以后,我就不知道自己输了有多少,债主也不提醒我,暗地里天天都在算计着我家那一百多亩地。
  一直到解放以后,我才知道赌博的赢家都是做了手脚的,难怪我老输不赢,他们是挖了个坑让我往里面跳。那时候青楼里有一位沈先生,年纪都快到六十岁了,眼睛还和猫眼似的贼亮,穿着蓝布长衫,腰板挺着笔直,平常时候总是坐在角落里,闭着眼睛像是在打盹。等到牌桌上的赌注越下越大,沈先生才咳嗽几声,慢悠悠地走过来,选一位置站着看,看了一会便有人站起来让位:
  “沈先生,这里坐。”
  沈先生撩起长衫坐下,对另三位赌徒说:
  “请。”
  青楼里的人从没见到沈先生输过,他那双青筋突暴的手洗牌时,只听到哗哗的风声,那付牌在他手中忽长忽短,唰唰地进进出出,看得我眼睛都酸了。
  有一次沈先生喝醉了酒,对我说:
  “赌博全靠一双眼睛一双手,眼睛要练成爪子一样,手要练成泥鳅那样滑。”
  小日本投降那年,龙二来了,龙二说话时南腔北调,光听他的口音,就知道这人不简单,是闯荡过很多地方,见过大世面的人。龙二不穿长衫,一身白绸衣,和他同来的还有两个人,帮他提着两只很大的柳条箱。
  那年沈先生和龙二的赌局,实在是精彩,青楼的赌厅里挤满了人,沈先生和他们三个人赌。龙二身后站着一个跑堂的,托着一盘干毛巾,龙二不时取过一块毛巾擦手。他不拿湿毛巾拿干毛巾擦手,我们看了都觉得稀奇。他擦手时那副派头像是刚吃完了饭似的。起先龙二一直输,他看上去还满不在乎,倒是他带来的两个人沉不住气,一个骂骂咧咧,一个唉声叹气。沈先生一直赢,可脸上一点赢的意思都没有,沈先生皱着眉头,像是输了很多似的。他脑袋垂着,眼睛却跟钉子似的钉在龙二那双手上。沈先生年纪大了,半个晚上赌下来,就开始喘粗气,额头上汗水渗了出来,沈先生说:
  “一局定胜负吧。”
  龙二从盘子里取过最后一块毛巾,擦着手说:
  “行啊。”
  他们把所有的钱都压在了桌上,钱差不多把桌面占满了,只在中间留个空。每个人发了五张牌,亮出四张后,龙二的两个伙伴立刻泄气了,把牌一推说:
  “完啦,又输了。”
  龙二赶紧说:“没输,你们赢啦。”
  说着龙二亮出最后那张牌,是黑桃A,他的两个伙伴一看立刻嘿嘿笑了。其实沈先生最后那张牌也是黑桃A,他是三A带两K,龙二一个伙伴是三Q带俩J。龙二抢先亮出了黑桃A,沈先生怔了半晌,才把手中的牌一收说:
  “我输了。”
  龙二的黑桃A和沈先生的都是从袖管里换出来的,一副牌不能有两张黑桃A,龙二抢了先,沈先生心里明白也只能认输。那是我们第一次看到沈先生输,沈先生手推桌子站起来,向龙二他们作了个揖,转过身来往外走,走到门口微笑着说:
  “我老了。”
  后来再没人见过沈先生,听说那天天刚亮,他就坐着轿子走了。
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