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¡Vivir! CAPÍTULO I (1)
Con diez años menos que ahora, encontré un trabajo que era una bicoca, consistente en recorrer el campo en busca de canciones populares. Durante todo ese verano, como un gorrión revoloteando a su aire, estuve vagando por una zona rural inundada de sol y de cigarras.
Me gustaba beber ese té acre de los campesinos. Dejaban los cubos de té bajo los árboles de las sendas que separaban los bancales, y yo, sin el menor escrúpulo, cogía un tazón incrustado de posos, lo llenaba hasta arriba y bebía directamente, además de llenar mi cantimplora; intercambiaba unas cuantas tonterías con los hombres que trabajaban en los bancales y me iba como si tal cosa en medio de las risitas furtivas que mi presencia había provocado entre las chicas.
Un día estuve charlando toda una tarde con un anciano que vigilaba un melonar, fue la vez en que más melones comí en toda mi vida; cuando me levanté para despedirme, me vi de repente andando con paso pesado de embarazada. Luego me senté en el quicio de una puerta con una abuela, que me cantó Encinta de diez lunas[1] mientras tejía sandalias de esparto.
Lo que más me gustaba era sentarme delante de alguna casa de pueblo, cuando llegaba el crepúsculo, a contemplar cómo rociaban el suelo con agua del pozo, para abatir el polvo en suspensión, mientras el haz luminoso del poniente acariciaba la cima de los árboles. Cogía entonces el abanico que me ofrecían, probaba sus verduras en salmuera, más saladas que la mar, miraba a las chicas, hablaba con los hombres.
Iba con un sombrero de paja de ala ancha en la cabeza, chanclas en los pies y una toalla colgada del cinturón por detrás, que iba azotándome el trasero como la cola de un caballo. Me pasaba el día lanzando grandes bostezos, recorriendo sin rumbo los caminitos que separaban los campos, con las chanclas chasqueando — tris tras, tris tras— y levantando nubes de polvo como si fueran estrepitosas ruedas de carro.
Deambulaba por todas partes, sin saber ya muy bien en qué aldeas había estado y en cuáles no. A menudo, al aproximarme a algún pueblo, oía a los niños gritar:
—¡Ya está aquí el bostezón!
Así se enteraban en el pueblo de que había vuelto el hombre que sabía contar historias picantes y cantar canciones de amor. En realidad, todas esas historias picantes y esas canciones de amor las había aprendido de ellos. Yo sabía qué era lo que les gustaba y, naturalmente, eso mismo era lo que me gustaba a mí.
Una vez me encontré con un anciano sollozando, sentado en al borde de un campo con la cara tumefacta y amoratada, totalmente alterado por la tristeza que llevaba dentro. Cuando me vio acercarme, alzó el rostro, y su llanto se hizo más sonoro. Le pregunté quién le había dado esa paliza. Mientras se rascaba el barro del pantalón, me contestó furioso que había sido el descastado de su hijo. Pero luego, cuando le pregunté por qué, no fue capaz de responder más que con evasivas, y comprendí inmediatamente que sin duda había intentado algo poco honroso con su nuera.
Otra noche iba yo con una linterna, a toda prisa en la oscuridad, cuando iluminé junto a una laguna dos cuerpos desnudos, uno encima del otro. Al alumbrarlos quedaron inmóviles, salvo una mano que se rascó discretamente la pierna. Apagué inmediatamente la linterna y me alejé.
Una tarde, en plena temporada agrícola, entré a pedir agua en una casa que tenía la puerta abierta de par en par. Un hombre en calzones, de semblante turbado, me cortó el paso y me arrastró en volandas hasta el pozo. Allí me extrajo solícito un cubo de agua y, acto seguido, corrió de nuevo a su casa escabullándose como un ratón.
Vi con frecuencia este tipo de cosas, casi tantas veces como canciones oí, de modo que, al contemplar esa tierra rebosante de verdor, entendía mejor por qué la región era tan fértil y productiva.
我比现在年轻十岁的时候,获得了一个游手好闲的职业,去乡间收集民间歌谣。那一年的整个夏天,我如同一只乱飞的麻雀,游荡在知了和阳光充斥的村舍田野。我喜欢喝农民那种带有苦味的茶水,他们的茶桶就放在田埂的树下,我毫无顾忌地拿起漆满茶垢的茶碗舀水喝,还把自己的水壶灌满,与田里干活的男人说上几句废话,在姑娘因我而起的窃窃私笑里扬长而去。我曾经和一位守着瓜田的老人聊了整整一个下午,这是我有生以来瓜吃得最多的一次,当我站起来告辞时,突然发现自己像个孕妇一样步履艰难了。然后我与一位当上了祖母的女人坐在门槛上,她编着草鞋为我唱了一支《十月怀胎》。我最喜欢的是傍晚来到时,坐在农民的屋前,看着他们将提上的井水泼在地上,压住蒸腾的尘土,夕阳的光芒在树梢上照射下来,拿一把他们递过来的扇子,尝尝他们和盐一样咸的咸菜,看看几个年轻女人,和男人们说着话。
我头戴宽边草帽,脚上穿着拖鞋,一条毛巾挂在身后的皮带上,让它像尾巴似的拍打着我的屁股。我整日张大嘴巴打着呵欠,散漫地走在田间小道上,我的拖鞋吧哒吧哒,把那些小道弄得尘土飞扬,仿佛是车轮滚滚而过时的情景。
我到处游荡,已经弄不清楚哪些村庄我曾经去过,哪些我没有去过。我走近一个村子时,常会听到孩子的喊叫:
“那个老打呵欠的人又来啦。”
于是村里人就知道那个会讲荤故事会唱酸曲的人又来了。其实所有的荤故事所有的酸曲都是从他们那里学来的,我知道他们全部的兴趣在什么地方,自然这也是我的兴趣。我曾经遇到一个哭泣的老人,他鼻青眼肿地坐在田埂上,满腹的悲哀使他变得十分激动,看到我走来他仰起脸哭声更为响亮。我问他是谁把他打成这样的?他手指挖着裤管上的泥巴,愤怒地告诉我是他那不孝的儿子,当我再问为何打他时,他支支吾吾说不清楚了,我就立刻知道他准是对儿媳干了偷鸡摸狗的勾当。还有一个晚上我打着手电赶夜路时,在一口池塘旁照到了两段赤裸的身体,一段压在另一段上面,我照着的时候两段身体纹丝不动,只是有一只手在大腿上轻轻搔痒,我赶紧熄灭手电离去。在农忙的一个中午,我走进一家敞开大门的房屋去找水喝,一个穿短裤的男人神色慌张地挡住了我,把我引到井旁,殷勤地替我打上来一桶水,随后又像耗子一样窜进了屋里。这样的事我屡见不鲜,差不多和我听到的歌谣一样多,当我望着到处都充满绿色的土地时,我就会进一步明白庄稼为何长得如此旺盛。 |
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