|
楼主 |
发表于 2022-1-22 12:02:37
|
显示全部楼层
VI
Me encuentro en la más completa oscuridad; no sé si es de día o de noche. El perro de los Chao ha vuelto a ladrar. Son crueles como el león, medrosos como la liebre, astutos como la zorra…
VII
Conozco sus métodos. No matan de forma directa; no se atreven por miedo a las consecuencias. Por eso todos ellos se han puesto de acuerdo, han tendido una gran red a mi alrededor para forzarme al suicidio. Basta con ver las caras de aquellos hombres y mujeres en la calle hace unos días, y la conducta de mi hermano últimamente, para darse cuenta de cómo son las cosas con casi toda seguridad. Lo mejor sería desabrocharse el cinturón, colgarlo de una viga y ahorcarme de una vez. Así, ellos, sin poder ser acusados de asesinato, verían realizados sus deseos: sin duda todos reirían quedamente en el colmo de la alegría. O si no, el miedo y la tristeza acabarán conmigo y, aunque algo flaco, tampoco dejarán de mostrar su aprobación.
¡Ellos sólo comen carne muerta! Recuerdo que en cierto libro se habla de un ser llamado «hiena», cuya mirada y aspecto son muy desagradables; normalmente come carne muerta, y llega a triturar los huesos con los dientes para tragárselos; cuando uno se pone a pensarlo da verdadero miedo. La «hiena» está emparentada con el lobo, y el lobo es de la misma familia del perro. Anteayer el perro de los Chao me lanzó varias miradas, evidentemente también él toma parte en el complot desde hace tiempo. Y por supuesto no me voy a dejar engañar porque el anciano dirigiera su mirada hacia el suelo.
Lo que más pena me da es mi hermano. Él también es un ser humano. ¿Por qué no tiene miedo alguno? Y además se confabula con otros para comerme. ¿Será que no lo considera algo malo por haberse acostumbrado con el tiempo? ¿O tal vez que se ha vuelto un hombre sin conciencia y puede cometer un crimen a sabiendas de lo que hace?
Maldigo a los hombres que comen hombre, empezando por él, y también por él tendré que empezar si quiero convencerles para que dejen de comer hombre.
VIII
Realmente, hoy en día ellos deberían haber comprendido desde hace tiempo estas razones…
Un joven llegó de repente; no pasaría de los veinte años, sus rasgos no se distinguían con claridad, aunque sí la sonrisa que llenaba su rostro. Me saludó con la cabeza; su sonrisa no parecía una verdadera sonrisa. Yo le pregunté: «¿Está bien comer hombre?» «Este año ha habido cosecha, no es un año de hambre, ¿cómo se va a comer hombre?», dijo él sin dejar de sonreír. Inmediatamente me di cuenta de que él también era del grupo, que también a él le gustaba comer hombre. Redoblé entonces de valor e insistí en mi pregunta:
—¿Está bien, o no está bien?
—¿Qué sentido tiene preguntar eso? Es usted verdaderamente… chistoso. Hoy hace un tiempo espléndido.
—Un tiempo espléndido, y también una luna brillante. Pero yo te quiero preguntar: «¿está bien?»
No lo aprobó. Respondió con voz confusa:
«No…»
—¿No está bien? Entonces, ¿por qué ellos lo comen?
—Esas cosas no pasan…
—¿Que esas cosas no pasan? En Los lobos, además en los libros está escrito con toda claridad.
Cambió entonces de color, el rostro lívido como el acero, y dijo con ojos muy abiertos:
—Es posible que se den algunos casos; siempre ha sido así… —Siempre ha sido así; ¿entonces está bien?
—No quiero hablar con usted de estas cosas; en último término no debe usted hablar de ello; si lo hace comete una equivocación.
Di un brinco, los ojos bien abiertos, pero el joven ya había desaparecido. Tenía el cuerpo inundado de sudor. Este hombre era mucho más joven que mi hermano y, sin embargo, también era del grupo; sin duda sus padres se lo habían enseñado. Y mucho me temía que él, a su vez, ya se lo hubiera enseñado a sus hijos; por eso hasta los niños me miran de esa feroz manera.
IX
Todos quieren comer hombre, y al mismo tiempo tienen miedo de ser comidos por los demás. Por eso todos se espían unos a otros, con miradas penetradas de desconfianza… Si se pudiera acabar con estas ideas, ¡qué agradable sería! Poder trabajar tranquilamente, caminar, comer, dormir sin preocupación. Sólo hace falta franquear una barrera. Pero ellos han formado un grupo; padres e hijos, hermanos, esposos, amigos, maestros y discípulos, enemigos, incluso desconocidos, todos se convencen unos a otros, se encadenan mutuamente e impiden que nadie se decida alguna vez a franquear ese insignificante obstáculo.
X
Esta mañana, muy temprano, he ido a buscar a mi hermano; estaba mirando el cielo a la puerta del salón. Me situé a su espalda, justo en medio de la puerta, y le dije con tono extraordinariamente tranquilo y amable:
—Hermano, tengo algo que decirte.
—Dilo —volvió rápidamente la cabeza y consintió con un gesto.
—Tengo unas cuantas palabras que decirte, pero no me salen. Hermano, es casi seguro que en tiempos remotos, los salvajes comían carne humana. Luego, algunos, al tener diferentes sentimientos, dejaron de comerla, se esforzaron por mejorar y se convirtieron en hombres, en verdaderos hombres. En cambio, otros siguieron comiendo, igual que los insectos, unos se transformaron en peces, pájaros, monos, hasta llegar a convertirse en hombres. Otros no quisieron mejorar, y siguen hoy siendo insectos. ¡Qué vergüenza para el hombre que come carne humana si se compara con el que no la come! Sospecho que su vergüenza debe ser mucho mayor que la que pueda sentir el insecto en comparación con el mono.
Yi Ya[2] cocinó a su propio hijo y se lo dio a comer a Chie y a Chou; es esta una antigua historia. Todos sabemos que desde que Pan Ku [3] separó el cielo de la tierra, los hombres se han comido unos a otros; hasta lo del hijo de Yi Ya fue así, y también después hasta los tiempos de Si’ Si-Lin [4], y desde Si’ Si-Lin hasta el hombre apresado en la aldea Los lobos, el hombre ha seguido comiéndose a sus semejantes. El año pasado cuando en la ciudad decapitaron a unos criminales, hubo un tuberculoso que se bebió su sangre empapada en man tou [5].
Ellos quieren comerme y, por supuesto, tú solo no puedes hacer nada; sin embargo, ¿qué necesidad tienes de entrar en su grupo? Los que comen hombre son capaces de cualquier cosa; me comerán a mí, te comerán a ti y, dentro del grupo, se comerán unos a otros. ¡Cuando basta con un solo movimiento, con un cambio que sólo cuesta un instante, para que la paz reine entre los hombres! Aunque siempre haya sido así, nosotros podemos hoy romper con la costumbre y tratar de mejorar; podemos decir: ¡Esto no puede ser! Hermano, estoy seguro de que tú puedes decirlo; anteayer, cuando el arrendatario quería que le rebajases el alquiler, dijiste que no podía ser.
Al principio mi hermano sólo mostraba una fría sonrisa, pero poco a poco sus ojos se fueron cubriendo de un brillo feroz; y cuando puse al descubierto su intriga, su rostro se tornó lívido. Frente a la puerta de la calle se había ido congregando la gente. Allí estaba también Chao el Ricachón y su perro. Todos ellos alargaban el cuello para poder ver. Algunas caras parecían como cubiertas por un velo y no podía distinguirlas; otras eran las caras de siempre, semejantes a vampiros, con una retorcida sonrisa en la boca. Yo sabía que eran el grupo, que todos ellos eran antropófagos. Pero también sabía que no todos eran iguales, que unos consideraban que se debía comer hombre porque siempre había sido así, mientras que otros, aunque eran conscientes de que no se debía, querían pese a todo seguir comiendo hombre, y al mismo tiempo temían ser denunciados. Por eso, al oír mis palabras se enfurecieron, si bien sólo dejaron ver una fría sonrisa en sus labios contraídos. En ese momento mi hermano puso de repente una cara terrible y gritó:
—¡Fuera todos! ¡Qué interés tiene contemplar a un loco! Entonces comprendí otro de sus trucos. No sólo se negaban a cambiar, sino que habían tomado sus medidas desde tiempo atrás: tenían preparado cubrirme con la etiqueta de loco. Así, cuando me coman el día de mañana, aparte de que aquí no habrá pasado nada, habrá incluso gente que les estará agradecida. Es el mismo método que siguieron en la aldea Los lobos, y por eso dijo el arrendatario que era un criminal el que allí se habían comido entre todos. ¡He ahí su canción de siempre!
También Chen el Quinto entró, lleno de cólera. Por mucho que se esfuercen en hacerme cerrar la boca, tengo que decirles a ese grupo:
—¡Podéis reformaros! ¡Reformaros desde el fondo de vuestro corazón! Debéis saber que en el futuro no se permitirá vivir en el mundo a la gente que come hombre.
Si no cambiáis, acabaréis todos devorados los unos por los otros. Por muchos hijos que tengáis, seréis exterminados por los verdaderos hombres. ¡Exterminados como los lobos por los cazadores! ¡Exterminados como insectos!
Chen el Quinto hizo a la gente que se dispersara. Mi hermano también se fue, no sé a dónde. Chen el Quinto me convenció de que volviera a mi cuarto. El cuarto estaba en completa oscuridad. Las vigas temblaban sobre mi cabeza; temblaron un rato y luego aumentaron de tamaño y se amontonaron sobre mí.
Sentía un peso inmenso que me impedía todo movimiento. Querían hacerme morir. Me di cuenta de que su peso era ficticio y empecé a forcejear; mi cuerpo se cubrió de sudor. A pesar de todo tenía que decirlo:
—¡Reformaos en seguida! ¡Reformaos desde el fondo de vuestro corazón! Debéis saber que en el futuro no se consentirá que los que comen hombre…
XI
El sol ya no sale. La puerta está cerrada. Dos comidas al día.
Cojo los palillos y me acuerdo de mi hermano. Sé que él es el único responsable de la muerte de mi hermana pequeña. En aquel entonces mi hermana sólo tenía cinco años, todavía recuerdo su figura encantadora y llena de ternura. Mi madre no dejaba de llorar, y fue él quien la convenció de que no debía llorar; posiblemente porque él se la había comido y el llanto de mi madre le hacía sentirse avergonzado. Si al menos fuera capaz de sentirse avergonzado…
No puedo decir si mi madre sabía o no que mi hermanita había sido devorada por mi hermano.
Pienso que mi madre lo sabía; y que no lo dijo claramente cuando lloraba por juzgarlo algo natural. Recuerdo que cuando yo tenía cuatro o cinco años, un día que estaba sentado al fresco en la puerta del salón, mi hermano me dijo que sólo podía considerarse hombre de bien al hijo que fuera capaz de cortarse un trozo de carne, cocerla y dársela a comer a sus padres si estos caían enfermos; mi madre en aquella ocasión no le contradijo. Si se puede comer un trozo, es natural que se pueda comer todo entero. Sin embargo, aquella forma de llorar, ahora que la recuerdo, partía verdaderamente el corazón. ¡Es algo ciertamente extraño!
XII
Ya no puedo pensar en ello.
Hasta hoy no me había dado cuenta de que he vivido años y años en un lugar en el que, desde hace cuatro milenios, se come hombre; cuando mi hermanita murió, era mi hermano el que se ocupaba de los asuntos domésticos; no sería nada raro que nos hubiera dado a comer a mi hermanita, sin percatamos de ello, mezclada con la comida.
Es posible que yo haya comido, sin saberlo, algunos trozos de carne de mi hermanita, y ahora me llega a mí el turno… Con esta historia mía de cuatro mil años comiendo hombre, que yo en principio desconocía, ahora que la veo claramente, ¡qué difícil me va a resultar mirar cara a cara a los verdaderos hombres!
XIII
¿Habrá acaso niños que no hayan comido hombre? Hay que salvar a los niños…
Notas
[1] Ku Chiu significa antigüedad. Aquí el autor alude a la larga historia de la opresión feudal en China. (N. de los T.).<<
[2] Cocinero célebre en la Antigüedad por haber matado a su hijo para servirlo como manjar a un tirano. (N. de los T.). <<
[3] El primer hombre, de quien se dice separó el cielo de la tierra. (N. de los T.).<<
[4] Revolucionario que, hacia fines de la dinastía Ching, asesinó al gobernador de Anjui. Fue cortado en pedazos y su corazón y su hígado ofrecidos en holocausto al hombre que lo mató. (N. de los T.).<<
[5] Se trata de una superstición antigua existente en el pueblo: dice que la sangre humana es capaz de curar la tisis; por esa razón se solían comprar a los verdugos panes mojados en sangre cuando estos ejecutaban a un condenado. (N. de los T.).<<
|
|